La historia de la República Popular China de la segunda parte del siglo XX es tan inverosímil que ni al autor más fantasioso se le hubiese ocurrido imaginarla. Todo aquel que haya estudiado la historia de la China anterior a Mao sabe, por poner un ejemplo, de la invasión japonesa de Manchuria de inicios de la década de 1930. Aquella vez, en tan solo unos meses, las fuerzas imperiales japonesas invadieron la región de Manchuria, instaurando el estado títere de Manchuoko y colocando a Puyi, último emperador de la dinastía Qing y de China, como líder ejecutivo. Las fuerzas japonesas ocuparon Manchuria hasta 1945, cuando fueron desplazadas por la invasión soviética. Es de amplio conocimiento que durante la ocupación japonesa se violaron derechos humanos, que incluyen no solo haber sometido a la población local a trabajos forzados, sino también intentos de eliminación de la población nativa.
Ahora bien, ¿por qué un evento tan distante en el tiempo resulta relevante para hablar de los cambios en China? La respuesta la da todos los días el alcance de la influencia china en el mundo de hoy, casi 100 años después de la invasión del imperio japonés. Nosotros, en el Perú, podemos ver la presencia china dispersa en una amplia variedad de aspectos de nuestra vida nacional. No por nada el Perú tiene una longeva y numerosa comunidad de descendientes chinos que han hecho de nuestra escarpada patria al otro lado del Pacífico su hogar. Sin embargo, la presencia china en el Perú y en el resto del mundo en vías de desarrollo se ha diversificado mucho más allá de su impacto cultural, a través de la creciente presencia de capital chino en un sinfín de proyectos de inversión a lo largo del sur global, lo que debería llamar la atención no solo del Estado Peruano, sino también del capital nacional, por cómo esto podría impactarnos.
En el 2013, Xi Jinping visitó Kazajistán. Allí presentó la nueva estrategia de la diplomacia económica china: la nueva ruta de la seda. A través de esta iniciativa, China se comprometió a proveer a las desabastecidas repúblicas del Asia Central, alguna vez parte del imperio soviético, con infraestructura vial que le facilitase comerciar entre ellas y, por supuesto, con China. Siguiendo este ejemplo, a lo largo de los próximos años, el régimen de Xi aumentó su presencia en el resto del continente asiático y en África, contribuyendo a la construcción de puentes, carreteras, puertos, aeropuertos y trenes de larga distancia que facilitasen que tantos países en el sur global –ricos en materias primas, pero plagados de problemas sociales, políticos y económicos– pudiesen integrarse al círculo comercial del capitalismo global del siglo XXI.
Sin embargo, la diplomacia china contemporánea, bien ejemplificada en la iniciativa de la nueva ruta de la seda, no ha estado exenta de críticas que creo que son importantes de introducir en el debate público nacional. En los años que China lleva implementado esta iniciativa, se la ha acusado de ejercer lo que se conoce como “la diplomacia de la trampa de la deuda”. En sencillo, esto quiere decir que, al invertir en infraestructura en otros países, estos quedan en deuda con China, lo que, en caso de no reembolsar el dinero, se “paga” permitiéndoles a las empresas chinas, en su gran mayoría públicas, ejercer algún tipo de influencia política en el país beneficiado. De esta manera, a medida que crece la presencia de la inversión china en un país, crece también la posibilidad de que este país ejerza, a través de sus empresas, presión entre las autoridades locales en los procesos de formulación de políticas públicas y de legislación.
Hoy el Perú no se encuentra distante de las experiencias de los países de Asia Central y la África subsahariana en relación con la ola de inversión extranjera proveniente del gigante asiático. En el 2020, Luz del Sur fue comprada por China Yangzte Power, empresa pública china que también es operadora de la impresionante represa de las Tres Gargantas. Tres años después, Enel (ex Edelnor) fue comprada por US$3.000 millones por China Southern Power Grid, una de las dos distribuidoras de energía eléctrica públicas de China (la otra es la State Grid, la tercera compañía más grande del mundo por ingresos, superada solo por Walmart y Amazon). Y la lista continúa. Los proyectos mineros cupríferos en Toromocho y Galeno son operados por mineras chinas, así como las minas de Hierro en Marcona y Las Bambas. Hoy, nuestro endeble gobierno se regocija con la construcción del afamado mega puerto de Chancay, financiado principalmente por la naviera, también de capital público chino, Cosco, que además contará con exclusividad para operar dicho puerto.
Después de todo, la nueva ruta de la seda no acabó en Europa; le dio la vuelta a la Tierra para acabar acá. ¿Pondrá esta nueva ruta en jaque nuestra capacidad como país de actuar con independencia? Lo descubriremos.