Hace treinta otoños, en toda Europa central y oriental, todo cayó en un solo golpe. El Muro de Berlín. El miedo que durante décadas había mantenido en el poder a los estados policiales comunistas.
El levantamiento tuvo su propio maestro de ceremonias en Vaclav Havel, político, filósofo, dramaturgo. La Revolución de Terciopelo, como se la conoce, fue su mejor drama. Tenía un mensaje claro que lo llevó a él, a la presidencia de su país: “La verdad y el amor deben prevalecer sobre la mentira y el odio”.
En 1989, los estadounidenses fueron los socios más fuertes en la lucha por la libertad de los europeos del este. Treinta años después, el presidente Trump ha cambiado todo eso. Casi nadie habría creído que surgiría evidencia creíble de que el presidente de Estados Unidos no solo se inmiscuiría directamente en Europa central y oriental, sino que también lo haría en un aparente intento de reforzar su campaña nacional para la reelección. Con una velocidad similar a la de las rebeliones de 1989, la posición de Estados Unidos como un faro de libertad ha caído.
En Europa central y oriental, la transición a la democracia no ha sido fácil. Muchos países luchan contra la corrupción, mientras que en Polonia y Hungría se han realizado esfuerzos preocupantes para recortar las libertades ganadas con tanto esfuerzo.
¿Qué habría hecho Vaclav Havel, un fanático de Estados Unidos con todo esto? Le pregunté a Michael Zantovsky, biógrafo del Sr. Havel y amigo de toda la vida. Hoy en día, el Sr. Havel “habría observado que han pasado 30 años y que no estamos tratando aquí con los casos perdidos de los socialistas que necesitarían todo tipo de apoyo”. Algunos países “retrocediendo de acuerdo con algunos criterios de libertad, tolerancia y democracia”. En cierto sentido, sin embargo, esto es un testimonio de progreso. “Havel siempre decía que una de las tragedias de esta sociedad es esperar que la salvación –o la condenación– venga de fuera y nos salve”, dijo el Sr. Zantovsky. “Él diría que es nuestro trabajo hacer eso. Y ciertamente podemos hacerlo”.
Hay motivos para el optimismo. Una encuesta reciente de Austria y seis países excomunistas –elaborada para Globsec, una organización no gubernamental de Eslovaquia, para conmemorar el aniversario 30 de la caída del comunismo en la región– reflejó el ambiente a menudo confuso de la zona. Pero de manera alentadora, encontró poco anhelo pronunciado por un gobierno autoritario o nacionalista. Y también indicó un apoyo creciente a la adhesión a la Unión Europea y a las instituciones democráticas, como los medios de comunicación libres y la sociedad civil.
En la capital eslovaca, Bratislava, Zuzana Caputova, es una cara nueva en la política de la región. Consiguió una victoria en las elecciones presidenciales de marzo tras hacer campaña sobre su capacidad para cerrar un vertedero y, de manera significativa, sobre la limpieza de la política corrupta de Eslovaquia tras el asesinato de un joven periodista de investigación, Jan Kuciak, y de su prometida, Martina Kusnirova.
Sus muertes galvanizaron a los eslovacos, en el espíritu de 1989, para exigir justicia. Las imágenes de la pareja aún se ven desde las murallas del centro de la ciudad. En una señal esperanzadora, se completó una investigación genuina de su escandaloso asesinato; cuatro hombres irán a juicio.
En cuanto a la situación actual, 30 años después del comunismo, el Sr. Zantovsky se rio. “Hemos avanzado al mismo tipo de lío que todos los demás”, dijo. “Es una extraña medida de éxito. Pero es una especie de éxito”.
–Glosado y editado–
© The New York Times