La inmigración desata la ira de los limeños. La llegada continua de personas del interior buscando trabajo en la gran ciudad genera que el alcalde dé una ordenanza por la que, para entrar a Lima, tiene que tenerse una autorización previa de la municipalidad metropolitana.
Además, si obtienes el permiso, este solo te autoriza a visitar la ciudad temporalmente y no te permite trabajar salvo que tengas además un permiso de trabajo. “Tenemos que detener la migración que nos lleva a un crecimiento desbordante y desordenado. Además, hay que preservar Lima para los limeños. No podemos dejar que los inmigrantes nos quiten trabajo y que además disfruten de los servicios y beneficios que proveemos con los impuestos que pagan los residentes locales”, dijo el alcalde en una concurrida conferencia de prensa.
Por supuesto que esas declaraciones del alcalde no existen y tampoco existe la ordenanza. Además de inconstitucional, por violar el derecho a la libre movilidad y el derecho al trabajo, la medida es absurda. Como en todo, la competencia (y las oportunidades que ella genera) aumenta el bienestar general. Y hacer ello en Lima, una ciudad cuyo desarrollo proviene principalmente del esfuerzo de los inmigrantes, parece atacar precisamente su propia historia.
Sin embargo, y por ridícula que suene la propuesta, es precisamente lo que plantea profundizar Donald Trump. Y es que las medidas hipotéticas del alcalde limeño ya son realidad en Estados Unidos. Los originarios de varios países (entre los que se encuentra el Perú) requerimos un permiso para movernos hacía ese país (llamado visa), y uno aun más exigente para poder trabajar ahí.
Y como Lima, Estados Unidos ha crecido y se ha desarrollado gracias a la inmigración. El estadounidense típico difícilmente tiene su origen en oriundos de Norteamérica. Estados Unidos se ha volteado contra su propia historia. Y ahora Trump pretende radicalizar aun más la situación, levantar un muro que los separe de México y ser más duro con la inmigración. Y, sorprendentemente, su política contra los inmigrantes parece haberse vuelto uno de los puntos que le ha dado mayor popularidad.
Para quienes digan que no se puede comparar el ejemplo de Lima con el de Estados Unidos porque la primera es una ciudad y el segundo un país, habría que recordar que los países son circunscripciones territoriales arbitrariamente definidas. Sus fronteras no están definidas por la naturaleza sino por decisiones de personas. Si reconocemos que las personas tenemos derecho a vivir (y trabajar) donde mejor nos parezca, limitar el acceso a Lima es tan arbitrario como limitar la entrada a Estados Unidos o a cualquier otro país.
Las fronteras han sido tradicionalmente usadas para limitar la movilidad de información, mercaderías, capitales y personas. Son formas de reducir la competencia y son usadas por los estados para reforzar su poder. Y los ciudadanos suelen ver con simpatía que se reduzca la competencia en el territorio en el que viven, a pesar de que en el mediano plazo reducen su bienestar al reducir sus opciones y elevar los precios.
Curiosamente, hemos ido al revés. En lugar de liberalizar el movimiento de personas (es decir, proteger el derecho fundamental a la libre movilidad) hemos avanzado más en liberalizar el movimiento de mercaderías, capitales e información. Es más fácil vender nuestros productos en Estados Unidos a que los peruanos sean autorizados a trabajar en dicho país.
Por eso las propuestas de Trump no alcanzan solo a radicalizar políticas migratorias restrictivas, sino a proteger su mercado interno de las importaciones. Finalmente, quiere “América” para los “americanos”, lo que significa menos alternativas y precios más altos para los mismos “americanos”. Y Clinton no nos ofrece nada mejor. El panorama de estas elecciones no es muy alentador.
La xenofobia tiene muchas expresiones. Incluso en el Perú solemos creer que los residentes de una localidad tienen derecho a ser contratados en proyectos que se desarrollan en la zona solo por vivir en ella. Basta ver los ejemplos de las demandas en protestas contra la minería. Finalmente, no nos diferenciamos tanto de Trump. Como él, queremos levantar muros que impidan la llegada de competencia. El mercantilismo proteccionista viene muchas veces no solo de los empresarios, sino de los ciudadanos y de los trabajadores.