El presidente ruso Vladimir Putin consagró un hito clave en la operación militar que lleva a cabo en Ucrania: mantener a Occidente al margen. Este hecho constituye una victoria en sí misma, la más decisiva de todas, por la sencilla razón de que evitó el estallido de una nueva guerra mundial.
En rigor, se trata de un éxito político de alcance limitado, porque el conflicto de Rusia con Occidente no está resuelto, más bien se congeló con la definición de un límite. Al respecto, algunos analistas anticipan la formación de una nueva “cortina de hierro”, como aquella que existió mientras pervivió el Pacto de Varsovia, entre 1955 y 1991.
El internacionalista John Mearsheimer situó en abril del 2008 la divergencia actual, cuando la OTAN emitió una declaración indicando su expansión a Georgia y Ucrania. En aquel entonces, los rusos no tardaron en indicar que ello constituía una “amenaza existencial”.
Es que la cultura estratégica rusa contemporánea ha sido forjada en el rigor de las invasiones militares dirigidas por Napoleón en 1812 y Hitler en 1941. El costo de ambas fue altísimo. Dos elementos fueron clave en la defensa del centro político ruso: la hostilidad del invierno y la profundidad estratégica. Esto último determina la percepción rusa de que es esencial mantener una extensa frontera entre Moscú y el límite occidental. Consecuentemente, el continuo avance de la OTAN por las estepas de Europa del este a partir de los 90 fue interpretado como un peligro. Esa expansión alcanzó intereses vitales que justificaron acciones militares en Georgia en el 2008 y Ucrania, en forma indirecta en el 2014 (asegurando la península de Crimea), y en forma directa en el 2022.
Un elemento determinante de esta victoria ha sido la lectura del escenario estratégico internacional; en particular, la debilidad política, financiera y militar de Europa y Estados Unidos. A modo de ejemplo, destaca la dependencia europea del gas ruso. El 40% de las importaciones del hidrocarburo provienen de Moscú, que tiene como destinos principales a Alemania, Francia e Italia. Por otra parte, el Kremlin anticipó la escasa voluntad política de los europeos por incursionar en una aventura militar en el propio continente, más aun ante la amenaza del empleo de armas nucleares. Punto aparte merece el escaso margen político de EE.UU. para entrar en una aventura militar, luego de la desastrosa salida de Afganistán el 2021.
En definitiva, las únicas opciones reales de respuesta quedaron sujetas en el marco de la “condena” internacional, las sanciones económicas y el suministro de unas pocas armas convencionales; es decir, en el espacio de lo previsible. No cabe duda que las sanciones aplicadas en contra de Rusia elevan los costos, pero el Kremlin se adelantó consagrando lazos con China e India y desplegando una narrativa política en el frente interno, con miras a fortalecer el sentimiento nacionalista ruso.
Esta primera victoria explica la retirada de las fuerzas rusas de Kiev que, a su vez, permitirá focalizar recursos en el este de Ucrania. La lógica indica que la intención será reforzar Donetsk y Luhansk, reconocidas por Moscú como repúblicas independientes, este 5 de abril. Este último suceso provocó una protesta internacional, pero probablemente no tenga mayor alcance que unas declaraciones en pantalla y el consecuente papeleo burocrático. Es posible que más pronto que tarde se produzca un plebiscito en estas provincias para legitimar el proceso de independencia, y quién sabe, tal vez incluso manifiesten la intención de anexionarse a la madre Rusia, tal como sucedió con Crimea en el 2014.