La reciente publicación del Ránking Mundial QS, en que no figura ninguna universidad peruana entre las primeras 400, sirve, como todos los años, para darnos cuenta de que seguimos atrapados en un modelo pernicioso en el que mucho es lo que hablamos y reclamamos, poco lo que entendemos sobre los ránkings y muchísimo menos lo que hacemos para evitar autoflagelarnos cada año.
Antes del análisis, debo esclarecer que creo fervientemente en los sistemas de aseguramiento de la calidad en la educación y en la mejora continua. Por tanto, creo en el valor de los ránkings de instituciones serias y especializadas como QS. Por ello, considero apropiado evaluar tres preguntas: ¿Qué evalúan los ránkings? ¿Cómo podríamos mejorar nuestro sistema universitario? ¿Qué necesita mejorar la universidad peruana para ascender en su posicionamiento?
Empecemos por explicar que un ránking internacional es una clasificación de universidades con arreglo a una metodología y criterios específicos. En el caso de QS, los criterios más importantes son la reputación (40%), el índice en que las publicaciones son citadas (20%), el ratio entre estudiantes y profesores a tiempo completo (20%) y el prestigio entre los empleadores (10%).
Como se deduce, no todos los ránkings son iguales. Algunos funcionan como clubes exclusivos con criterios draconianos, construidos con pautas desarrolladas por los fundadores y primeros participantes, que imposibilitan a otras instituciones intentar seguirlos o copiarlos. Otros ránkings, poco serios, están hechos a medida de los excluidos para mostrar alguna engañosa posición a las incautas familias de sus alumnos.
Para ilustrar este punto, he profundizado en el análisis de los resultados de QS. De las 400 universidades en los primeros lugares, 81 son de Estados Unidos (20%), 44 del Reino Unido (11%), 31 de Alemania (8%) y, con un número similar, 51 universidades son de Australia, Francia y Canadá (13%). Es decir, seis países concentran más del 50% de las 400 mejores universidades. Sudamérica, que solo tiene diez universidades entre la mejores, rinde tributo a una tradición universitaria hispano-portuguesa y, por tanto, las diferencias con el modelo anglosajón saltan a la vista. No nos va bien en este sistema porque provenimos históricamente de modelos distintos.
Para responder la segunda pregunta, veamos qué criterios de los ránkings son compatibles con nuestras necesidades de fortalecimiento del sistema universitario y con nuestras necesidades como nación en desarrollo. Desde luego tenemos que fortalecer nuestra plana docente, tanto la de tiempo completo como la de tiempo parcial, para que sea más especializada y solvente, y tenga mejores grados académicos. También es indispensable fomentar y apoyar la investigación y si es público-privada, mejor. Además, debemos concentrarnos en otros dos aspectos fundamentales: la empleabilidad de los egresados y el incremento de la experiencia internacional de los estudiantes.
Finalmente, la respuesta a la tercera pregunta se genera automáticamente. Para mejorar nuestro posicionamiento, propongo que nuestras universidades empiecen a competir vigorosamente, sin distinción de su carácter público o privado, en aspectos claves como empleabilidad de egresados, reputación entre empleadores, publicaciones indexadas, capacitación docente e internacionalización del aprendizaje.
Por ello, propongo lamentarnos menos y poner manos a la obra, ya que hay mucho por hacer.