Atrapados en una Constitución aprobada hace 22 años (a la cual apenas se le han dado retoques cosméticos) se han venido represando temas y debilidades propias de una dinámica social que avanza más rápido que la legislativa. Esta última camina entre lo urgente y lo importante dándole –lamentablemente– prioridad al día a día y no atacando las cuestiones de fondo, esas que son las que finalmente generan y construyen la patria. La tarea de elaborar un sistema democrático legítimo, representativo y eficaz no es algo que pueda postergarse si de verdad aspiramos al desarrollo con ‘D’ mayúscula. La sustancia de la gran promesa democrática permanece incumplida. Eso es lo que piden a gritos las y los ciudadanos: una democracia que les funcione, no una rutina democrática.
El desprestigio del Parlamento está presente en todo el continente y también en el Perú. Pareciera que la ciudadanía ya se acostumbró a tener legisladores de muy bajo nivel, aunque hay excepciones.
¿Cómo eligen los partidos a sus candidatos al Congreso? Esta pregunta destapa una caja de Pandora o una olla de grillos, difícil de contestar. El funcionamiento de la democracia interna es precario y deficiente: pocas organizaciones políticas cumplen a cabalidad este proceso y los padrones de militantes muchas veces se manipulan de manera grosera y descarada a gusto y conveniencia de los que detentan el poder partidario. El otro día, a raíz de una disputa interna de un partido, alguien me dijo: “Pobres, parecen un grupo de borrachos peleándose por una botella vacía”. Razones no le faltaban a mi interlocutor: los partidos en el Perú no gozan de buena salud y menos de buena reputación.
Por ello estoy de acuerdo con la figura de la silla vacía. Debe aplicarse al parlamentario y a su partido. Es una medida dura, pero necesaria en nuestro país, donde somos demasiado tolerantes con muchas muestras de informalidad en todos los campos. Entiendo que la inmunidad parlamentaria prevista constitucionalmente entra en conflicto con esta sanción, pero ello puede ajustarse legalmente.
A principios del 2011, el sociólogo peruano Juan Arroyo Laguna alertó en un esclarecedor documento del Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES) sobre el creciente avance de la narcopolítica y sus tentáculos en todos los niveles: no le hicimos caso. Cuatro años después, esos escándalos aparecen casi a diario y los procesos judiciales y parlamentarios caminan lentos y llenos de obstáculos.
Las reformas requieren muchas veces que se tomen decisiones en el corto plazo que pueden ser políticamente sensibles, tanto que a veces los técnicos las califican de “las reformas improbables” porque tienen casi todo en contra.
La llamada silla vacía y las otras reformas propuestas por los organismos del sistema electoral son necesarias; estamos contra el tiempo para aprobarlas, pues ya entramos al período preelectoral. Las reformas electorales definen el sistema político y las reglas de juego; estas forman el esqueleto institucional de un país. Sin embargo, lo que tenemos hoy en día son las llamadas resistencias a los cambios porque estas tocan intereses personalistas y partidarios de las cúpulas, mientras estas demuestran miopía política y no se dan cuenta de que cada día se alejan más de las simpatías del ciudadano de a pie.
Señores congresistas, el país está primero.