El mundo tiene una nueva variante del COVID-19: ómicron. Si se convierte en la cepa dominante en los próximos meses, se espera que aumenten los casos. Sin embargo, aún se desconoce mucho al respecto.
Afortunadamente, la variante está llegando en un panorama pandémico diferente en los Estados Unidos: uno en el que las vacunas, las pruebas y, pronto, los tratamientos orales están disponibles. El país necesitará entonces un nuevo marco para pensar en lo que vendrá después. Y en áreas altamente vacunadas, deberá enfocarse en las hospitalizaciones en lugar de en los recuentos de casos, pues aquel puede indicarnos mejor cómo estamos.
Aprender a vivir con el virus a largo plazo requerirá cambios tanto en la mentalidad de las personas como en las políticas. Confiar en las hospitalizaciones por COVID-19 como la métrica más importante para rastrear el virus de cerca proporcionará la imagen más confiable de cómo le está yendo a un área determinada. Y al centrar la atención en el número de hospitalizaciones, los profesionales de la salud podrán concentrarse mejor en reducirlas.
Esto se vuelve especialmente importante a medida que el recuento de casos se vuelve más complicado. Si una persona está vacunada, un caso positivo de COVID-19 no es lo mismo de lo que solía ser. La mayoría de las infecciones graves hasta ahora siguen siendo leves. Aunque los anticuerpos disminuyen con el tiempo y pueden verse afectados por las nuevas variantes, las células T y las células B generadas a partir de las vacunas deberían seguir ofreciendo protección contra cuadros graves de la enfermedad. En este momento, en áreas de alta vacunación, un aumento en los casos no necesariamente indica un aumento comparable en las hospitalizaciones o en las muertes por COVID-19.
Muchos países dan más importancia a las hospitalizaciones que al recuento de casos cuando se trata de tomar decisiones sobre restricciones como los encierros.
Por ejemplo, una razón para depender más de las hospitalizaciones y menos del número de casos para liderar la política en áreas altamente vacunadas es que esta última métrica se está volviendo menos precisa. Con las pruebas caseras de detección del COVID-19, cada vez son más las personas que se realizan pruebas fuera de la infraestructura de salud pública o que no se realizan pruebas en absoluto. Pero sigue siendo importante realizar un seguimiento de los recuentos de casos en todas las áreas. El seguimiento de casos proporciona datos importantes sobre quiénes están contrayendo una infección considerable, lo que será clave para apuntar a los refuerzos en el futuro si es que dichas infecciones se vuelven más graves.
Si Estados Unidos se enfocara más en las hospitalizaciones que en los casos, las autoridades de salud podrían gastar más recursos para llegar a las personas que no están vacunadas y que tienen un alto riesgo de hospitalización. Esto puede incluir a personas mayores y personas con afecciones médicas, personas que tienen una discapacidad y jubilados.
Algunos formuladores de políticas pueden desconfiar de no usar números de casos como la métrica principal para guiar el comportamiento y las políticas públicas. Sin embargo, a medida que los casos se vuelven más complejos, los departamentos de salud deben seguir monitoreando el número de infecciones, pero la orientación debe estar vinculada a las métricas de hospitalización. Cuando el aumento de casos no predice de manera confiable los aumentos repentinos de hospitalizaciones, unir las políticas contra el COVID-19 a los casos solamente ya no es una política efectiva ni una buena práctica de salud pública.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times
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