(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Venezuela está bien mal. Llegan noticias sobre la escasez de alimentos y medicinas, la inflación sin freno, las elecciones fraudulentas, la emigración desesperada. Pero desde que disminuyeron las marchas opositoras, hay un tema que no resuena tanto como en la primera mitad del año: la violencia.

Una persona que por seguridad llamaremos Néstor es habitante de la Cota 905, un barrio caraqueño conocido por su alto índice de crimen incluso antes del chavismo. Hace unas semanas entrevisté a Néstor como parte de un movimiento que trabaja por la reducción de la violencia en Caracas, cuyo nombre también es mejor mantener en reserva. Me aseguró que el problema ya no proviene solamente de criminales armados que secuestran, matan, roban y permanecen impunes. Tampoco se trata de los grupos de choque que hace unos años agredían verbal y físicamente a quienes se identifican como enemigos del proceso político. Se trata de la policía del actual gobierno, ahora igual o más peligrosa que los “malandros”, los criminales.

En Venezuela, organizaciones que estudian la violencia han dado cuenta de que varios grupos de seguridad del Estado realizan las Operaciones de Liberación Humanista del Pueblo (OLHP). En esas operaciones, la Policía Nacional entra a barrios a “matar malandros”. Estos individuos actúan encapuchados o enmascarados, como todos los colectivos fascistas y cobardes: ni siquiera dan la cara. “Pero eso no es nada”, me aseguró Néstor. Y pasó a narrar el asesinato de tres de sus compañeros de baloncesto. A uno de ellos, de 16 años, inocente, lo mataron al pasar por una “zona roja” (o zona de malandros) de su barrio en el momento equivocado. No es el primero; centenares de individuos han corrido la misma suerte.

Pero la violencia va más allá de la muerte. Los miembros de la OLHP entran a las casas que les parece, incluso tumbando puertas, y ordenan a los habitantes que les den sus bienes, desde un plátano hasta un televisor, amenazándolos con llevarlos presos. Lo anterior lo afirman muchas personas entrevistadas por el movimiento antiviolencia mencionado. No hablamos únicamente de residentes de la Cota 905, sino también de barrios como Petare y El Valle, que saben que el socialismo del siglo XXI en Venezuela se acabó. Le falta plata al Gobierno para seguir comprando votos; y le sobran “policías” hambrientos dispuestos a robarles a los más pobres.

Dijo Néstor: “Siento que es lo mismo que vivíamos hace unas décadas, solo que los protagonistas han cambiado. Esto ya no es malandros contra malandros, ahora es la policía contra los malandros. Pero los malandros por lo menos respetan a sus vecinos”.

En muchos barrios, siempre de acuerdo a la información recogida por el movimiento antiviolencia, se encargan de organizar la distribución de las CLAP, paupérrimas bolsas de comida que ofrece el Gobierno, y que da cada vez menos. Los policías, por su lado, roban las CLAP cuando hay y cuando pueden, detrás de esas máscaras que no esconden ni sus delitos ni su miedo.

Como es de esperarse, las cifras oficiales del Gobierno no reflejan esta situación. Un abogado penalista, criminólogo y ex fiscal del Ministerio Público venezolano, afirmó: “Las OLHP representan la operación de seguridad más represiva en la historia de Venezuela”, teniendo el mayor saldo de ajusticiamientos y allanamientos policiales, denuncias de robo y destrucción del hogar. Según los reportes del monitor de víctimas de Runrunes, aliado a varias organizaciones proconvivencia, entre julio del 2015 y junio del 2017, al menos 560 personas han sido asesinadas en Venezuela por las OLHP. Desde el 2015 al 2016, las desapariciones forzadas aumentaron en un 533%. Y en los últimos siete meses, el 40% de los homicidios en Caracas han sido responsabilidad del Estado.

Hace poco, al ver a un policía, el hijo de Néstor le agarró fuerte la mano a su papá, apuntando al policía como si fuese un criminal. “Papá, hay uno ahí, vámonos”. Néstor tuvo que tranquilizarlo: “Hijo, no te preocupes, no te puede hacer nada”. Pero le temblaban las piernas; con las OLHP, y con todos los cuerpos de seguridad del Estado a disposición de Maduro, nadie está a salvo.

Ya ni los niños pueden distinguir entre buenos y malos. ¿Hay siquiera buenos y malos? ¿O queda solo una caótica e ilimitada desesperación? Venezuela, actualmente y en todas sus formas, está más allá del bien y del mal, en el peor de los sentidos. El presidente Nicolás Maduro y sus camaradas no llegaron ni cerca a ser superhombres, como diría Nietzsche. Son supervillanos, dotados solo de ignorancia, corrupción, y un uso de fuerza descomunal.