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Jaime Bedoya

Tal como sucede con las mejores y peores ideas de este mundo, la se la debemos a un argentino. Se acercaba el final de la década del 70 y un negocio gastronómico de una transversal de la avenida Diagonal no despegaba. La crisis y las deudas hacían invocar al santo que le daba nombre a la vía. Algo tenía que nacer en la calle San Ramón, patrono de los partos difíciles.

Un cliente habitual del salón de té Shenandoah, cliente de nacional argentina que era chef de un restaurante vecino y se llama Rosalino, sugirió a sus propietarios la posibilidad de hacer pizzas. Así doña Elizabeth Zagastizabal Arnao fundó en 1977. El éxito fue inmediato. Los autos se aglomeraban en la Diagonal para llevar una pizza. A nadie en su sano juicio se le ocurría entonces pedir que se la llevaran. La gracia era salir de casa, excentricidad que hoy asusta.

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El aroma de la harina cociéndose y la mozarela derritiéndose reemplazó el olor de los ficus. Tal como sucedería cuatro décadas después con , las pizzerías se propagaban masivamente en la calle San Ramón.

El Pozo de San Ramón era una de estas nuevas y breves pizzerías en donde la felicidad solo requería de 40 metros cuadrados. Por su naturaleza sencilla y sustanciosa era la pizzería favorita de la familia de Rafael de la Piedra, amigo del colegio con quién compartíamos el interés por los ovnis, correr olas y los lugares a donde nuestros padres nos llevaran a comer con la mano, que es como se come de verdad así la adultez lo niegue.

En los ochenta la calle San Ramón se hizo peatonal. Esto coincidió con el encanallamiento de una sociedad que era víctima de los ataques de Sendero Luminoso y de una crisis que nunca se fue. El inocente ambiente pizzero empezó a desfigurarse.

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Llegaron las discotecas de triplay y las aviesas peperas que usaban la farmacopea como herramienta encubierta del embuste amoroso. Pero aún en ese ambiente enrarecido, ya rebautizado como Calle de las Pizzas, se celebraría ingenuamente la clasificación peruana al mundial de España 82 como si ello fuera a ser costumbre.

En los noventa la Calle de las Pizzas era ya formalmente la calle de las peperas. Estas sicarias del enamoramiento lucraban con la fantasía de la clasificación mundialista. El vía crucis del triunfo moral discurría menos doloroso entre ríos de cervezas y archipiélagos de panes al ajo provistos estratégicamente por los negocios del lugar. Las mentiras y ansiolíticos los ponían ellas.

Su gloria rosa y libertina, salpicada de gringos despistados a punto de ser víctimas de hurto vistiendo el dorsal 9 de Guerrero, llegó con la clasificación a Rusia. Las cámaras de televisión documentaban gustosas esa celebración viscosa demarcada por manantiales de orines que habían esperado 36 años para fluir. Ese sería también su obituario. La pandemia esperaba a la vuelta de la esquina.

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El destino impone sus propias reglas. Vista desde el aire la zona de influencia de la calle de las Pizzas - San Ramón, pasaje Figari, y la avenida Diagonal- . Pe de patria, de pizza, pe de pepera y de pandemia.

A pesar de esa señal celestial la enfermedad global generó la desolación necesaria para cerrarla. Un nuevo empeño municipal pretende devolverle su vida pasada, familiar y decente, al final de un verano sin vacunas. Veremos. El futuro se ha convertido en una posibilidad demasiado remota, sino imaginaria.

Por lo pronto la suerte que nos toca ofrece la nostalgia como modesta chalana inmóvil para navegar el presente. No va a ninguna parte, pero tampoco se hunde. Y ahí, flotando, aparece una pizza del Pozo de San Ramón.

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Aclaración: una versión anterior de este artículo ofrecía una versión equívoca sobre la fundación de Rosalino. Fue creado por la señora Elizabeth Zagastizabal Arnao en 1977.

LA CALLE DE LAS PIZZAS ANTES DE SU REMODELACIÓN:

Locales de la Calle de las Pizzas, en Miraflores, continúan desmontando estructuras que invadían el espacio público (Foto: Violeta Ayasta)
Locales de la Calle de las Pizzas, en Miraflores, continúan desmontando estructuras que invadían el espacio público (Foto: Violeta Ayasta)
(Archivo El Comercio)
(Archivo El Comercio)
Entre la informalidad, la nostalgia y la asiduidad de turistas sedientos, sobrevive en el corazón de Miraflores una leyenda urbana: la Calle de las Pizzas. (Foto: Omar Lucas)
Entre la informalidad, la nostalgia y la asiduidad de turistas sedientos, sobrevive en el corazón de Miraflores una leyenda urbana: la Calle de las Pizzas. (Foto: Omar Lucas)

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