Hace algunos días me ganó la curiosidad y decidí interactuar con ChatGPT. Llevo varios años investigando para un libro sobre Yma Súmac y Moisés Vivanco. Ante una pregunta precisa sobre el tema (“necesito que escribas un libro sobre Yma Súmac”), mi interlocutor cibernético me envió una suerte de breve prólogo. “En los majestuosos Andes peruanos, donde las montañas besan el cielo y la Pachamama canta, ahí nace nuestro relato. Una historia llena de misterio, arte y pasión, que cobra vida en la figura de Zoila Augusta Emperatriz del Castillo, mundialmente conocida como Yma Súmac”. En menos de un minuto llegaron, además, resúmenes de seis capítulos muy bien escritos e incluso con ideas muy interesantes. Quedé pasmada por esa tecnología, que aún anda en su fase incipiente pero que, sin lugar a dudas, revolucionará el trabajo intelectual, tal como fue concebido hace ya varios siglos.
Porque, en medio de cruentas guerras, recesión económica, la crisis más profunda de la democracia representativa y una catástrofe climática incontenible, estamos obligados a reimaginar nuestros proyectos intelectuales y, además, replantear los ensayos de los estudiantes que muchos profesores tenemos a nuestro cargo. Más aún, la pregunta fundamental para este cambio de era es: ¿Qué ocurrirá con millones de seres humanos, amenazados, como se evidencia en las huelgas de escritores y guionistas de Hollywood, cuyos empleos serán inevitablemente sustituidos por un equipo de robots eficientes que no se quejan y mucho menos cuestionan el sistema de explotación del que podrían ser, incluso, una vanguardia? ¿Qué papel cumplirán sociedades como la nuestra sin instituciones, cohesión y educación de calidad en esta nueva división del trabajo global que se nos viene y del que poco o nada se discute en el Perú de la contrarreforma educativa, la rapacidad ilimitada y el sálvese quien pueda?
Porque si bien es cierto este desarrollo inédito conocido como inteligencia artificial (IA) desafía a nuestras mentes pero también a la estructura socioeconómica y cultural que sostiene a la “civilización occidental”, se veía venir (no hay más que recordar el mensaje final del replicante de Blade Runner o el libro de Harry Braverman “Labor and Monopoly Capital: The Degradation of Work in the Twentieth Century”). Surgen discusiones que intentan dotarlo de contexto, enumerando los peligros de la evolución de la IA, cuyo verdadero potencial y consecuencias para el futuro de la raza humana son aún desconocidos.
Para los optimistas, la obra que obliga al hombre a confrontar un poder que supera la prueba de Turing (evaluación de una máquina para exhibir un comportamiento inteligente) tiene límites establecidos por la misma naturaleza humana. Estos “controles” residen en la emoción (en teoría irreplicable), la creatividad (una máquina no puede escribir un poema original, dicen algunos), la dificultad de generar conocimiento, historias originales y mucho menos experiencias vitales. Lo máximo que puede ocurrir, dentro de un argumento que olvida que el proceso está aún en pañales, es que esta tecnología depende de seres humanos que la diseñan y programan.
Por otro lado, se recuerda que las máquinas no tienen ética ni reglas de conducta y que el ser humano posee un discernimiento sobre el bien y el mal del que ellas carecen. Una postura cuestionable si observamos cómo muchos representantes de la raza humana matan e incluso violan niños sin compasión alguna. Es interesante anotar que el proceso de deshumanización acelerada que tanto nos conmueve diariamente coincide, en su fase más radical, con la puesta en marcha de una suerte de robotización que, si no se maneja con cuidado o llega a las manos equivocadas, puede, según sus críticos más acérrimos, conducirnos a la autodestrucción.
No es una coincidencia, entonces, el impacto emocional que ha tenido la película “Oppenheimer” (incluido el Proyecto Manhattan) entre su audiencia. Mucha de la cual desconocía la historia de la creación de la mortífera bomba atómica, validada por el complejo militar estadounidense. “Es una experiencia muy traumática cuando algunos de tus valores fundamentales sobre el mundo empiezan a colapsar. Y especialmente cuando piensas que los seres humanos pueden ser eclipsados”, señala el reconocido Douglas Hofstadter. Para este notable científico y escritor sobre temas del amor y la “interacción entre las almas”, la IA está desarrollando cierto nivel de conciencia y de vida propia. En consecuencia, el desafío que se nos viene es inconmensurable y mucho más para sociedades tan carentes material y educativamente como la nuestra.