(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Fernando de Trazegnies

¿Dónde vivimos, quiénes somos? Ya no lo sé. ¿Para dónde vamos? Menos aun. El mundo en torno nuestro se ha convertido en un desorden tan completo que parecería que nada ha quedado en pie. 

No soy político y no quiero serlo. Normalmente rechazo toda intervención en la política. Sin embargo, sí puedo contar lo que veo; y especialmente lo que vi cuando tuve el cargo de ministro de Relaciones Exteriores. Debo dejar constancia de que ese cargo no tenía relación con la política nacional y que solo aspiraba –¡lo que se logró!– a reencontrar la amistad profunda con nuestros vecinos del norte y del sur. 

La actual Presidencia de la República ha demostrado su carácter inseguro, desordenado, incapaz de reunirse con personas que puedan orientar la marcha del país aun cuando no pertenezcan al gobierno. Parecería que su campo de acción se limita a la música acompañada de algunos pasos bastante primitivos de baile. 

Los ministros de Estado, antes del cambio, han sido personas interesantes y muy capaces. En particular quienes tuvieron a su cargo el campo de las relaciones exteriores, la economía, la cultura, la producción y el Ministerio del Interior con su difícil control del desorden ilegal. Sin embargo, todos ellos –o casi todos– han desaparecido de escena frente a las travesuras, las declaraciones enigmáticas y los bailes en la calle de un presidente que no logra situarse plenamente en el mundo político del país; y consecuentemente no puede controlarlo ni llevarlo hacia adelante. 

Estoy de acuerdo con el indulto a Alberto Fujimori. Fue gracias a él que el país se desarrolló económicamente en forma impresionante y luchó a brazo partido contra la pobreza de nuestro pueblo. Recordemos que el país era una desgracia económica que hacía sufrir a todos, al estilo de la actual Venezuela. En ese campo, Fujimori supo rodearse de personas muy competentes como ministros de Economía que levantaron económicamente al país para beneficio de todas las vivencias económicas de los peruanos. Además, pusieron el acento en las zonas más abandonadas de la sierra; lugares que el presidente visitaba regularmente para ver si se cumplían sus órdenes para el progreso de esas poblaciones. 

No hay duda de que durante esa época hubo también muchos abusos con el presunto fin de controlar y hacer desaparecer el terrorismo. Pero, en mi opinión, esos hechos no eran controlados directamente por Fujimori sino que se llevaban a cabo por agrupaciones –como el malhadado grupo Colina– que no daban cuenta a la presidencia sino en forma muy distorsionada y creando situaciones con las que se pretendía defender la existencia de esos grupos homicidas. Lamentablemente, Fujimori no supo manejar ese asunto y las bandas militares armadas, promovidas por personas cercanas al Ejército y también a la presidencia, tomaban por sí mismas esas decisiones brutales que se ejecutaban a espaldas del presidente de la República. 

Fujimori no fue, pues, un asesino. Pero estuvo lamentablemente rodeado de personas cuya compañía nunca debió admitir. Cuando reaccionó frente a esas malhadadas situaciones ocultas, ya era muy tarde. Quienes lo rodeaban maliciosamente habían obtenido la victoria. Bien ubicados en puestos claves y en gran parte secretos, Fujimori quedó desplazado; aun cuando formalmente seguía siendo el presidente. 

Luego, el presidente Fujimori se dio cuenta del enredo en el que lo habían puesto y de las calumnias que lo rodeaban. No tenía salida. Y es entonces que decidió desaparecer de escena.  

Sin embargo, creo que nuestra historia trae una cola peligrosa que afecta a la juventud actual. Según me han dicho, en muchos colegios –especialmente de provincia– a los niños se les enseña las “maldades” de Fujimori; pero no los daños de Sendero Luminoso y de las otras organizaciones revolucionarias. Algunos profesores incluso alaban a Sendero o al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) al tocar este último tema. Ello a pesar de que la educación escolar debería estar al margen de la política o, mejor aun, debería enseñarse el peligro de los movimientos revolucionarios y del terrorismo.  

Paradójicamente, la primitiva revolución propugnada por cierta izquierda peruana carece actualmente de respaldo por cuanto en Rusia, China y otros países antes marxistas se ha producido una modernización que lleva a un manejo político, económico e internacional más efectivo. Pese a ello, hay que cuidar de no acercarse en la educación a ideas políticas que tienden a desaparecer en el mundo y que son lejanas de toda verdadera democracia. 

Obviamente, toda esta historia puede dar lugar a muchas interpretaciones. Yo simplemente cuento lo que he visto. Reitero que no soy político porque no es mi vocación. Tampoco soy un especialista en Derecho Penal, debido a que no fue objeto de mi estudio preferido en la universidad. Soy, pues, un hombre cualquiera, que mira asombrado a su alrededor. Como hombre de la calle, solo puedo dar un consejo obvio pero difícil: lo que se hizo mal hay que revelarlo, sancionarlo y corregirlo; lo que se hizo bien hay que felicitarlo y dejarlo en paz.