Alexander Huerta-Mercado

Hace casi 130 años los hermanos Lumière presentaron en un café de París una curiosidad de feria que fue presentada como “una fotografía en movimiento”. Un público deslumbrado vio moverse en una pantalla en blanco y negro a un grupo de personas saliendo de una fábrica y, según cuentan, cuando un tren apareció moviéndose en escena hacia la audiencia, hubo gente que se asustó y saltó de sus butacas por miedo a ser aplastada por la imagen. Nacía así el y lo hacía mostrando unas imágenes que anunciarían, sin querer, lo que significaría: la narración de historias en la era industrial.

Hoy, la gran industria estadounidense sufre una crisis sin precedentes: los guionistas y actores están en huelga, el público prefiere ver series y en sus casas y las fórmulas desgastadas de los efectos especiales ya no deslumbran. Todo ello genera salas vacías y pérdidas millonarias para los grandes estudios.

Sin embargo, dos estrenos en simultáneo han sido una tabla de salvación para la gran industria. Una referida a las aventuras de la popular muñeca , de la que se ha escrito mucho por sus imposibles proporciones, su ideal racial de belleza y su precoz sensualidad. La otra, una biografía sobre Robert y las condiciones que dieron origen al desarrollo científico de la bomba atómica y los dilemas que un artefacto con la capacidad de matar a miles de personas generaba.

Si bien ambos temas parecen ser opuestos, han sido recibidos como una suerte de evento cinematográfico a consumir simultáneamente por muchos fanáticos que han comprado entradas para ver ambas películas el mismo día o han hecho posters y memes relacionando temas que parecen disímiles. Pero, en realidad, no lo son, pues todo está interrelacionado en este mundo. El astrofísico Carl Sagan lo explicaba así: “si quisiéramos hacer un pastel de manzana desde el principio, primero tendríamos que crear al universo”.

Barbie” es parte de una tradición propia del sistema de aprendizaje de la mayoría de mamíferos a través del juego, con la peculiaridad de que el ser humano, desde muy temprano y como lo revela la arqueología, ha tenido la capacidad de crear juguetes que han servido como entretenimiento, pero también como aprendizaje, entrenamiento y transferencia de afectos fuera de la figura materna. En realidad, aprendemos sobre la cultura jugando y el uso occidental de las muñecas ha sido un prematuro entrenamiento para las niñas en una potencial labor materna. Barbie rompió este molde en 1959, cuando irrumpió como una muñeca adulta y diseñada para vestir a la moda y, paulatinamente, tener todas las profesiones posibles, lo que generaba la producción de nuevos accesorios en el despertar de una era en la que se disparaban las estrategias emocionales para promover el gran consumo.

La bomba atómica fue desarrollada en el contexto de una guerra en la que la ciencia se vio involucrada frente al peligro inminente del nazismo. Fue terminada cuando Alemania se había rendido, pero aun así fue usada para finalizar la guerra en una medida que hasta el día de hoy se debate. Representa tal vez el resultado de un problema evolutivo que tenemos como especie. En algún momento hubo un salto en el desarrollo del cerebro del ‘homo sapiens’ por el que terminamos siendo demasiado inteligentes de una manera no paralela a nuestro desarrollo emocional. La energía atómica es la perfecta descripción de ello. Fuimos suficientemente inteligentes como para entender cómo generar una reacción nuclear, pero no estuvimos emocionalmente preparados para usarla. Dos objetivos civiles japoneses con miles de niños nos lo recuerdan.

El periodista e investigador ambiental Tyler Harper hizo una observación interesante a partir de la coincidencia de estas dos películas en la cartelera, una sobre el padre de la bomba atómica y otra sobre la más popular muñeca de plástico. Como sabemos, la historia de nuestro planeta puede ser entendida por el estudio de sus capas geológicas. Hay un debate actual sobre la posibilidad de llamar a la actual era geológica como el “Antropoceno”, ya que como nunca los seres humanos hemos influido, desde la revolución industrial, en el ecosistema y ¡oh sorpresa! un geólogo del futuro encontraría en nuestra época una gran acumulación de radioactividad (algo hallado hasta en nuestros nevados) y de microplásticos (algo que lamentablemente se ha encontrado en las profundidades de los océanos). Harper nos advierte que la geología no nos habla solo de materiales, sino de militarismo, por un lado, y de consumismo, por el otro, como dos ángulos que debemos controlar para preservar nuestro planeta.

Muchas veces las ideas críticas vienen desde la misma industria que se critica; es decir, las películas critican el mismo sistema que las produce. Netflix crea series que critican los propios contenidos que distribuye y Hollywood produce películas millonarias cuyo mensaje es que el dinero no da la felicidad. Pero también las buenas historias como las que nos ofrecen los directores Gerwig y Nolan nos permiten entretenernos y formar nuestro propio punto de vista. A la larga, seguimos siendo seres emocionales que gustan de oír historias frente al fogón y, error tras error, aprender de ellas. Eso nos hace humanos.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.




Alexander Huerta-Mercado es antropólogo, PUCP

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