El 28 de julio de 1821 se juró en la Plaza Mayor de Lima la independencia del Perú. Tomás Guido, veterano de la Revolución de Mayo de 1810 y testigo presencial del ritual limeño, señaló que los vivas al general San Martín resonaron con inusitada fuerza en la antigua capital virreinal. Mientras repicaban las campanas y se hacían salvas de artillería Guido reflexionó sobre un acto ceremonial que, si tomamos en cuenta el regreso del virrey La Serna a Lima, fue meramente simbólico. Enarbolar el estandarte de la libertad en el centro de la ciudad más importante de América del Sur era el mayor objetivo, de acuerdo a Guido, de los expedicionarios liderados por San Martín. Capturados por un ritual, con reminiscencias coloniales, y que fue inmortalizado en el famoso cuadro de Juan Dellepiani los peruanos celebramos el 28 de julio, olvidando el largo y complejo camino a la libertad que precedió y sucedió a esa mañana invernal de 1821.
La independencia se juró el 29 de diciembre de 1820 en la Intendencia de Trujillo. Ceremonias patrióticas de naturaleza similar ocurrieron en Piura, Lambayeque, Cajamarca, Chachapoyas, Jaén y Maynas. Más aun,la rebelión de Tacna (1811), la de Huánuco (1812) o la gran revolución del Cusco (cuyo bicentenario se celebra este año) no fueron mencionadas por San Martín en su proclama. Por esta razón la sumatoria de esfuerzos, individuales y colectivos, que el reconocido historiador José Agustín de la Puente Candamo denominó el tiempo precursor no aparece en la instantánea que Dellepiani legó para la posteridad. Porque a pesar de que San Martín reconoció públicamente que si no se levantaba Trujillo la causa peruana estaba condenada al fracaso, es Lima la que hegemoniza el imaginario patriótico.
José Faustino Sánchez Carrión, quien un año después de declarada la independencia de Lima lideró la reacción republicana contra la propuesta monárquica de San Martín, no estuvo en su proclamación capitalina. Igualmente estuvieron ausentes de la memoria de los 16.000 espectadores del acto protocolar, otros patriotas provincianos que como Mariano Melgar, Francisco de Zela, Mateo Pumacahua, los hermanos Angulo, el cura Muñecas, entre otros más, entregaron su vida por la libertad. La “foto”, conscientemente creada o no, dejó la sensación de que un general extranjero liberó a todos los peruanos del yugo colonial. Ello a pesar de que el deseo de emancipación, que se ve reflejado en las miles de páginas de la Colección Documental recopilada bajo auspicio del gobierno militar en 1971, fue el anhelo de los peruanos y peruanas que murieron tratando de conseguirla.
Convertida en un ritual inalterado cuyo foco es Lima es difícil recordar el significado esencial de la independencia: una apuesta por la libertad y la democracia en un mundo aún dominado por imperios y aristocracias. Por celebración de la independencia, entonces, no entendemos reactualizar un ritual sancionado por la repetición sino más bien, de recordar el camino recorrido por el Perú hacia la libertad. Un esfuerzo inmenso que, bueno es recordarlo, empezó y culminó en la sierra peruana. Fue en Ayacucho (1824) donde se definió la suerte de todas las jóvenes repúblicas sudamericanas. Esta situación que nos condujo a un proceso de militarización acelerada (hecho que fue en detrimento de nuestra institucionalidad) nos dota, paradójicamente, de una historia única por su complejidad y dramatismo. El último bastión del imperio español en Sudamérica tiene la capacidad de convertirse en el espacio donde se discuta en profundidad el alto precio que los pueblos deben de pagar para obtener ese bien supremo llamado libertad. ¡Felices fiestas patrias!