La cruz, como símbolo, jugó un rol fundamental en la introducción del cristianismo a estas tierras pues fue la imagen de la conquista de una ideología sobre otra y como tal ha perdurado tanto en tradición como en manifestaciones físicas dentro de la ciudad.
Este es el mes en el que los países hispanoamericanos celebran la fiesta de la cruz y es tradicional en varios lugares al interior del país. En Lima, la cruz se nos aparece tempranamente en el cerro San Cristóbal en una costumbre típica de superponer una estructura religiosa sobre otra (como apu limeño, no ha llegado a nosotros su nombre primigenio). Aparecen las cruces asociadas a santos varones como la Cruz del Baratillo por Francisco del Castillo o la Cruz del Padre Urraca que está forrada en milagros de plata en la Iglesia de La Merced.
Más allá de su tradicional lugar dentro o inmediato a las iglesias, las cruces van apareciendo en los, entonces, sectores rurales de Lima, asociados a haciendas, caminos que se cruzan o caminos que empiezan y llegan. Estas cruces van tomando devotos y se pueden observar hasta el día de hoy imbricadas en medio del tejido urbano. Algunos ejemplos son la Cruz de Yerbateros en San Luis, recodo en una ruta viajera y parada de antiguos tratantes de hierbas (hasta el día de hoy el nombre Yerbateros está asociado con un paradero de buses de transporte interprovincial) o la Cruz del Viajero en Pueblo Libre.
También están las cruces relacionadas con antiguas haciendas como la que está afuera de la Casa Moreyra en San Isidro en el Óvalo de la Virgen del Pilar o la que está al costado del Colegio San Agustín a la salida de Paseo de la República, remanente de la antigua Hacienda Limatambo. La peculiaridad de estas cruces, también llamadas de la pasión, son su profusa iconografía relativa, precisamente, al tránsito de Jesús por su calvario. Allí están los dados con los que se jugaron su ropa, el gallo de Pedro, la lanza, las escaleras. Algunas son verdaderas obras de arte.
La cruz aparece también en algunas costumbres de los antiguos migrantes andinos que al construir sus casas colocaban en los techos cruces, de metal, por ejemplo. Algunas de hermosa factura. Son llamadas zafa cruces o zafa techos para alejar la mala entraña y proteger el hogar. Dentro de los hogares tradicionales puede haber crucifijos de familia pasados de generación en generación y tenemos presente a la cruz en la costumbre de persignarnos al pasar ante una iglesia.
La aparición más reciente, sin embargo, es en los rosarios colgados en el retrovisor de algún vehículo de transporte público o de un taxi acompañada de una estampita del santo particular.
La cruz nos acompaña desde el nacimiento en la pared del hospital o clínica hasta nuestra muerte en la tapa del ataúd y en la lápida. Está en las juramentaciones ministeriales y en la mesa de los jueces. Se la tatúa el ‘faite achorado’ y la vemos a la vera del camino en esas casitas donde un ser querido perdió la vida. La cruz en Lima aparece solo con las ganas de verla.