No ha pasado ni un mes de los 60 que dura el mandato del presidente Pedro Castillo y su desgaste es tan acelerado que algunos ya discuten, no tanto qué puede hacer en este período, sino cuándo termina. Aún no se ha solicitado el voto de confianza ante el Congreso y ya renunció un ministro y puede haber más de un cambio en el Gabinete. Es decir, si el inicio de un período de gobierno trae consigo expectativas y un relajamiento en las tensiones políticas, aquí no ha habido respiro. Incertidumbre e inestabilidad que arrastramos desde el 2016 y a las que este período les ha agregado nuevos aditamentos.
Hemos argumentado en esta columna que el Gobierno de Pedro Castillo es minoritario y débil y que, al interior de él, hay un presidente con un serio problema de liderazgo. No es poca cosa. Son todas las cosas. Tener 37 congresistas de 130, pero ser el partido con más escaños de un Congreso fraccionado en nueve bancadas, no lo condenaba al rincón. Lo mismo vivieron Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala, y no los redujeron en el Parlamento. Perú Libre fue incapaz de construir una coalición mayoritaria y solo sumó a Juntos Por el Perú. Perdieron todo. Desde la Mesa Directiva hasta las presidencias de importantes comisiones ordinarias e investigadoras. Fue incapaz de negociar, permitiendo que las bancadas opositoras más radicales se impusieran. Distribuidas así las fuerzas, con una oposición mayoritaria, la dinámica de la relación entre poderes será una de tensión y confrontación.
El Gobierno, que nació de un triunfo electoral ajustado y muy polarizado, se debilita al verse reducido en el Parlamento y por los efectos de su desacertada toma de decisiones. Querer aplicar tu programa máximo cuando eres solo un mínimo es una consecuencia de no leer bien la realidad o de tener férreas anteojeras ideológicas. En vez de ampliar su radio de acción, cediendo y concediendo, el Gobierno ha partido de reafirmaciones altisonantes para ganar nada. Así se impuso Vladimir Cerrón, cuya vanidad crece cuanto más le enfocan las cámaras y que ha creado y se ha creído la narrativa de una quimera revolucionaria con apasionados discursos, cual Lenin llegando a la estación de Finlandia, cuando al frente solo tiene a un pequeño auditorio. El maximalismo está asociado al radicalismo, que solo se ve a sí mismo. Eso explica los nombramientos ligados a un partido dogmático en el que escasean cuadros capaces de administrar el Estado.
El resultado ha sido que el capital político que Pedro Castillo alcanzó hasta el 28 de julio se está dilapidando aceleradamente. Él es, por cierto, el principal responsable. Sus serias limitaciones lo consumen, pareciendo un presidente ausente, cuando no silencioso. Pero no hay peor imagen que la de un presidente dependiente u oscurecido por otra persona; en este caso, Vladimir Cerrón.
El Gobierno no se ha dado cuenta de la naturaleza de su debilidad y repite el mismo camino del error. Lo único que está logrando es fortalecer a la oposición más radical que no se contentará con frenar sus planes y cargarse varios funcionarios, sino que irá a por él. Para eso, la oposición cree ver, en cada acto gubernamental, el sendero que lleva hacia Venezuela y Cuba. Y todavía no se cumple un mes del cambio de mando.
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