No importa cuándo lea esto. El presidente Pedro Castillo está siendo investigado. No es una persecución política, no es una invención de la derecha golpista, no son las conspiraciones enclenques de sus opositores políticos. Es el presidente. No ha podido desprenderse en ningún momento del gobierno de las denuncias y escándalos. Es un político que, acostumbrado a convivir en los márgenes de la legalidad como dirigente sindical, parece querer mantener su presidencia en modo funambulista.
Como muchos políticos regionales, el estilo funambulista requiere grandes dosis de desvergüenza. El político comienza a hacerse el encontradizo, prefiere que el abogado se encargue de responder los asuntos más controversiales. Rehúye las entrevistas, porque no está interesado en que los asuntos se aclaren, sino en que se mantengan en gris. Nada lo beneficia más que los asuntos grises.
Una señal inequívoca de que el político equilibrista está teniendo éxito es su capacidad para aburrir a la ciudadanía. Sus crisis son moralmente graves, pero la indignación que desencadenan no es lo suficientemente consistente para terminar de acabar con su crédito político. El presidente ha entrado en su meseta de confort, en ese 25-30% de popularidad que lo hace mantener un resistente núcleo de aprobación.
El presidente Castillo, como buen equilibrista, ha intentado mantener contentos a todos menos a los ciudadanos. Recompensa con poder. Distribuye encargos, trata de que su base política no se impaciente, hace el ademán de romper, pero nunca termina por romper ni con Perú Libre ni con el sector magisterial. Recompone gabinetes como quien quiere empecinarse en los errores, no porque quiera, sino porque es la única manera de asegurar que los votos que tiene en el Congreso no se le vayan a voltear. Son su única garantía de que todos los acuerdos políticos que le han permitido llegar al poder se mantendrán. Como los políticos equilibristas regionales, convivirá entre titulares sobre investigaciones fiscales, rotará a los ministros que sean insostenibles, pero no va a cambiar su estilo de gobierno.
¿Qué nos enseña, además, la política en regiones sobre los políticos equilibristas? Suelen ser muy buenos negociadores con medios de comunicación, especialmente con medios escritos y algunos medios digitales. Los operadores políticos suelen ser los encargados de negociar los acuerdos comerciales. El medio suele criticar al presidente, pero al mismo tiempo publica reportajes que promueven algún programa impulsado por la autoridad. El medio se convierte también en uno funambulista. ¿Cómo y cuál es la relación del presidente Castillo con los medios regionales? ¿Quién maneja esta relación?
Pero el presidente Castillo, huérfano de respaldo político en el Congreso, busca este en los gobiernos regionales y municipales. Si bien hay gobernadores que lo han criticado con dureza, también es cierto que en sus expediciones se lo ha visto manejando una amplia agenda de trabajo con los gobernadores. El equilibrio de poder puede cambiar cuando hayan elecciones regionales. Muchos ven con escepticismo las posibilidades de Perú Libre, pero en un país en el que las elecciones las comienzan a ganar las opciones más resistentes dentro de un pelotón de muchas opciones, no debiera de despreciarse que un esfuerzo mediocre le permita obtener muchos gobiernos locales.
Más que consolidar su poder en Palacio de Gobierno, el presidente Castillo se mantiene en pie. Pero los operadores políticos seguirán apostando por hacer crecer el proyecto, así sea con pocas oportunidades de dominar, con que puedan colocar una cuota de poder local o regional, el tejido político habrá sobrevivido. Mientras más complejo el entramado, más difícil de perseguir. Por eso, si antes la campaña de Lima podría pintar como una campaña antigubernamental, las campañas en regiones no se contagiarán de ese ánimo por las propias inercias locales. Convivir con políticos investigados puede parecer nuevo en la política nacional, pero es moneda común en muchas regiones y esa no es ninguna buena noticia para el país; es un recorrido que no deseamos comenzar a transitar.