Nadie puede objetar el contenido de los discursos del presidente Pedro Castillo en su reciente viaje a Estados Unidos y México. Tampoco sus reuniones con representantes del Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional, considerados un ‘cuco’ tradicional de la extrema izquierda. Tampoco pueden objetarse su rechazo al terrorismo y su invitación a la inversión privada. Es como si hubiera comprendido que un programa de reformas sociales y económicas no se va a sostener sin los recursos que puede darle al fisco la participación de los capitales de todo el mundo. Si quiere redistribuir riqueza, tiene que convocarla. Si un Estado busca darle a su población mejores recursos, tiene que atraer empresas extranjeras y peruanas con pagos de impuestos suficientes, promoviendo empleos bien remunerados a trabajadores peruanos, con respeto al medio ambiente. Esta verdad parecía estar en la base de las presentaciones del presidente. No en balde el discurso que dio el mandatario en la OEA fue elogiado por el secretario Luis Almagro como “un discurso muy bueno, de un estadista especial”. Claro que el viaje adoleció de un punto oscuro: el encuentro con el dictador Nicolás Maduro, supuestamente para enfrentar el tema de la migración venezolana. Ese encuentro negaba en parte lo que Castillo había dicho en el podio.
Pero, desde el punto de vista de su mensaje, este podría ser (esperemos) el inicio de un nuevo proceso. Está claro que el viaje le ha molestado a la facción de Vladimir Cerrón. Un síntoma es el intercambio destemplado entre el primer ministro y miembros de su Gabinete. Otro es el anuncio de la candidatura de Cerrón a la presidencia en las elecciones del 2026 (vaya con la anticipación). Hoy, su situación legal parece complicarse cada día más.
El problema de Pedro Castillo es demostrar con hechos la verdad de lo que ha dicho. Actos como separarse de Guido Bellido y de Cerrón, asegurar la presidencia de Julio Velarde en el BCR y retirar el anuncio de una asamblea constituyente, son señales de que sus discursos tenían un sustento. Un gobierno esquizofrénico, con varias identidades, no puede marcar un liderazgo. Tal y como están las cosas, la peor oposición al Gobierno es la de algunos miembros del Ejecutivo y de su partido.
En 1983, se estrenó el falso documental “Zelig” de Woody Allen. En ese film, un hombre llamado Zelig resulta ser un camaleón; es decir, alguien que se adapta a la gente que lo rodea. Cuando Zelig está frente a judíos con barba, le crece la barba. Cuando está frente a personas de piel oscura, la piel se le oscurece. En la película, la doctora Eudora Fletcher se hace cargo del paciente. Su diagnóstico es que Zelig tiene un caso extremo de inseguridad que lo hace adaptarse a las personas que lo rodean.
También he recordado la novela “Caramelo Verde”, ambientada en los años 80. Su autor, Fernando Ampuero, muestra a un vendedor de dólares callejero en la marea de billetes verdes de la calle Ocoña. La novela recoge una frase adecuada a nuestra situación actual: “El dólar es el animal más cobarde del mundo porque a la primera señal de peligro, huye”. He pensado mucho en esta frase al comprobarse los retiros de fondos de los bancos peruanos y las aperturas de cuentas en el exterior. La novela transcurre durante la hiperinflación del primer gobierno de Alan García (que ahuyentó la inversión privada en todas sus formas, por supuesto). Esa historia no puede repetirse.
Esperemos que estos días muestren señales de afirmación de un Gobierno comprometido con su gente, abierto a las inversiones y capaz de llevar a cabo las reformas.
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