La desaceleración que hoy sufre la economía peruana ha desviado fuertemente el foco de atención hacia los problemas del corto plazo que, junto con la crisis política, agrava nuestra preocupación acerca de los resultados económicos del futuro inmediato. Pareciera que hemos perdido de vista que el Perú mantiene incólume una fortaleza macroeconómica jamás vista en el último medio siglo y que las fuentes del crecimiento siguen allí listas a ser desplegadas. El hecho de que nuestra impericia haya determinado su desaprovechamiento no significa que estas hayan desaparecido.
Una poderosa fuente de crecimiento es la integración del Perú al mundo. Hoy los productos peruanos pueden ingresar a casi cualquier país del mundo con un trato preferencial y todo ello está a punto de dar un dramático vuelco con el vertiginoso desarrollo de la Alianza del Pacífico (AdP), la iniciativa peruana que ha unido a Chile, Colombia, México y el Perú en el único bloque de integración latinoamericano abierto al mundo. Los cuatro países tienen acuerdos de libre comercio con Estados Unidos, la Unión Europea y otros países desarrollados, y ya liberaron por completo su comercio recíproco para el 92% de todos los productos. La AdP se perfila igualmente como una poderosa plataforma de integración con el Asia-Pacífico.
Contrastando con la poca cobertura mediática que recibe en el Perú, la AdP ha despertado un extraordinario interés en todo el mundo. “The Economist” le ha dedicado en los últimos dos años más de una docena de artículos. Treinta y dos países de todos los continentes han sido admitidos como observadores; Costa Rica y Panamá se adherirán pronto como miembros plenos. Varios países de Asia exploran igualmente la posibilidad de ser admitidos como miembros.
Pero la AdP aspira no solo a convertirse en un instrumento para el libre flujo de bienes, servicios y personas; además de un área donde se armonicen políticas económicas y financieras. Mucho más importante, la AdP pretende utilizar esta “integración profunda” para el afianzamiento de sus valores democráticos y el respeto a las libertades individuales.
Así, la AdP enfrenta una gran oportunidad y, al mismo tiempo, un soterrado peligro. La oportunidad es aquella de continuar con su admirable impulso en la construcción de una poderosa fuente de progreso económico en libertad y democracia, integrando sus economías al mundo, diversificando sus aparatos productivos y participando con ventaja en las cadenas internacionales de valor.
Por otro lado, existe el peligro de caer en el juego de aquellos países que ven en la Alianza del Pacífico una amenaza a sus anhelos hegemónicos regionales y que privilegian tales objetivos por encima de las relaciones económicas generadoras de progreso. Los países de la AdP creen en la libertad de comercio, la economía de mercado, el rol subsidiario del Estado y rechazan el populismo. Deberán, por tanto, estar atentos ante la insistencia con que otros países de la región con visiones económicas y políticas diametralmente distintas pretenden un acercamiento a la AdP. Tal acercamiento no se puede entender si no en términos de obstaculizar su avance y mediatizar sus objetivos. Chile, que fue uno de los más entusiastas fundadores de la AdP, se inclina equivocadamente hacia un acercamiento con el Mercosur, que incluye a países con políticas contrapuestas como son las que siguen Brasil, Argentina o Venezuela.
Fue la propia presidenta Michelle Bachelet la que en su primer gobierno rechazó de plano la invitación de Brasil para unirse al Mercosur citando las razones obvias de incompatibilidad entre las políticas económicas de sus dos países. Ahora sin embargo, y debido quizá a la formación de la alianza política con los partidos de izquierda que la llevaron al poder, es la propia Bachelet quien permite a su canciller, Heraldo Muñoz, promover activamente el acercamiento entre la AdP y el Mercosur a través de iniciativas enmarcadas dentro de un contorsionismo verbal que él define como “convergencia en la diversidad”. Los 32 países de Europa, Norteamérica, Asia y de casi toda América Latina que han solicitado y obtenido estatus de observadores en la Alianza del Pacífico lo hicieron genuinamente entusiasmados con su creación. No sorprende la ausencia entre todos ellos de Brasil, Argentina y Venezuela.
Muñoz ha declarado en un reciente artículo que “solo la ideologización puede conducir a rechazar la convergencia en la diversidad”. Creo exactamente lo opuesto: el intento de la supuesta convergencia se inspira en la ideología de países proteccionistas, estatistas y populistas.