Quizá la vida en comunidad, después de todo, sí esté sujeta a ciertas leyes predecibles e inevitables, como las de la física. Así como una maestra que aún no ha conocido a sus nuevos estudiantes puede anticipar que alguna será la chistosa, otro el aplicado y algún otro el problemático; o como de un grupo en una cancha algunos terminarán en la defensa y otros en la delantera; así también parece que los miembros de una sociedad no pueden sino dividirse, en diversos grados, entre quienes abrazan el cambio social y quienes lo resisten, como si un equilibrio más electromagnético que moral o político estuviera detrás de todo. Un equilibrio que, por lo demás, acabará por alterarse tarde o temprano, ya sea de manera drástica o sutil, dando lugar a un cambio que, a su vez, dará paso a un nuevo equilibrio. Y así.
Notables ejemplos de esta incesante danza entre opuestos aparecieron por coincidencia esta semana. Por una parte, se presentó en el Vaticano un resumen de la discusión que se ha venido desarrollando al interior del sínodo extraordinario sobre la familia. Aunque se ha enfatizado que se trata de un documento de trabajo que no necesariamente representa acuerdos entre obispos que mantienen diferencias, los medios han destacado el uso de un lenguaje que insinúa cierta apertura y flexibilidad hacia los divorciados, las parejas de hecho y los homosexuales.
Si bien algunas organizaciones han celebrado lo que podría llegar a convertirse en un cambio significativo desde el punto de vista de la Iglesia, hay que decir que, visto desde fuera, gestos como reconocer que “las personas homosexuales tienen dones y cualidades que ofrecer a la comunidad cristiana” difícilmente podrían calificarse en estos tiempos como transformaciones de avanzada. De cualquier manera, podríamos estar ante nuevos síntomas del fin del predominio de las fuerzas resistentes al cambio al interior de la Iglesia. Claro que es por ahora –siempre es por ahora–.
Más polémico para nuestros días resulta el ofrecimiento de empresas como Facebook y Apple de pagar a sus empleadas el costo de congelar sus óvulos, en un claro incentivo para que posterguen la maternidad y prioricen su carrera corporativa. No es claro si esta medida puede calificarse como de avanzada o como todo lo contrario, pero lo cierto es que plantea interrogantes nuevas y permite imaginar situaciones y estructuras familiares que no tardarán en ser descalificadas como aberrantes por unos y aceptadas por otros, en un renovado pulso entre las huestes del cambio y sus hermanas de la resistencia.
Las formas preferidas, cualesquiera que sean, pueden mantenerse vigentes por mucho tiempo. Pero tienen fecha de vencimiento y siempre llegará el momento en el que ya no representen nada. Es bueno tenerlo en cuenta en momentos de cambio como este, en los que, desechadas las viejas formas, es grande la tentación de celebrar las nuevas como si fueran las definitivas.