Ha regresado. Alberto Fujimori ha vuelto a la política peruana. Por la puerta grande. Ha salvado al presidente, nada menos.
No solo libró a Kuczynski. También aprovechó para descomponer algunas fuerzas políticas. Como en el bowling, desbarató a Fuerza Popular, al Partido Aprista Peruano y le dio un puntillazo más a la izquierda.
La votación sobre la vacancia presidencial ha causado un sismo y hay una nueva geografía parlamentaria.
Fuerza Popular ha sufrido un severo revés en una causa para ellos emblemática. Además –y sobre todo–, ha hecho que el antifujimorismo vuelva a ganarle a Keiko Fujimori.
Alberto Fujimori se ha puesto a la cabeza de las fuerzas antifujimoristas. Hay que reconocer que esta es una jugada de un ajedrez que no veíamos hace mucho.
Quizá lo que hemos visto sea pieza de un esquema mayor. Quizá se relacione con las posiciones de Kenji Fujimori a favor de mayores equilibrios de poder y mayor reconocimiento de derechos personales. Eso puede apuntar al trabalenguas de un neofujimorismo antifujimorista.
No se trata solo del indulto para el ex presidente. Es muy probable que se trate de crear una nueva opción política.
El ajedrez consiste en dejar la imagen de abuso del poder y prepotencia de formas en el lado de Keiko Fujimori y Fuerza Popular. Un nuevo estilo, con un reconocimiento de los errores del pasado, podría ser el punto de partida de un reciclaje.
En la novela “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, un brebaje separaba todo el mal de todo el bien que hay en una persona. El brebaje elaborado en el fundo Barbadillo pretende separar el mal y el bien en dos partidos.
Todo lo malo se lo llevan Fuerza Popular y Keiko Fujimori. Todo lo bueno, Kenji Fujimori y su papá.
Kenji siempre fue claro. Él dijo que estaba en el Congreso para liberar a su padre. No había mandato de otra cosa. Eso era todo.
Kenji casi no tiene producción legislativa. Lo único que le importa es la liberación de su padre. Parece que está por conseguirla. Ya se iniciaron, como se sabe, los trámites para el indulto.
Alan García se pudo reciclar después de haber destruido (¡destruido!) el país entre 1985-90. Alberto Fujimori puede pensar que todo es posible, y que él también podría.
La pieza más importante en el juego del neofujimorismo es, curiosamente, el antifujimorismo.
El mensaje a la nación del presidente Kuczynski, la noche previa a la sesión sobre vacancia, fue un homenaje al neofujimorismo. Estuvo dedicado, con agresividad de campaña electoral, a reavivar los miedos del antifujimorismo.
Zamarramente, Kuczynski no mencionó que invocaba a los apus del antifujimorismo para poder pactar con Kenji Fujimori la liberación de su padre.
El presidente amenazó con forzar una ruptura del mandato constitucional de los dos vicepresidentes, con tal de verse librado de la vacancia. Amenazó, en realidad, al país y al Congreso, con crear desorden político y electoral.
La alternativa, por supuesto, no era mucho más halagüeña. La opción era un fujimorismo (keikista) pegado a la letra de la Constitución pero dispuesto a vulnerar las instituciones por la vía del poder arbitrario, como en el caso de la acusación constitucional contra el fiscal de la Nación.
El Perú parecía condenado a elegir entre el “golpismo” fujimorista y el “golpismo” pepekausa. En ninguno de los dos casos se proponía una ruptura directa de la Carta (por eso las comillas).
Con Fuerza Popular asomaba la amenaza de un ejercicio arbitrario del poder formal. En el otro caso, la amenaza de forzar un proceso electoral no contemplado en la Constitución.
Fujimori nos ha librado de un espasmo constitucional en este momento. No nos ha librado, en cambio, del fujimorismo esencial. No nos ha librado, tampoco, del carácter de Kuczynski, desprolijo no solo en sus cuentas sino también en sus arreglos, alianzas y pactos.
Kuczynski tendrá que ser investigado por hechos que pueden configurar delito y sobre los que ya mintió una vez. Y tendrá que responder con una parte de sus aliados sobre el indulto y la habilitación política de Alberto Fujimori.