La censura del ex ministro Jaime Saavedra es capítulo cerrado. Lamentablemente, es un capítulo del enfrentamiento de poderes, no de la separación de poderes.
La democracia es en gran parte separación y equilibrio. Separación significa encargo de funciones a autoridades de distinto origen y mandato.
La censura del ex ministro ha sido un acto político sin asidero en las funciones, en el mandato del poder. El Congreso determinó “responsabilidad política” de Saavedra, por casos de corrupción.
En ninguno de los casos se demostró vinculación de Saavedra con el hecho materia de sospecha. Los congresistas de la mayoría han impuesto un criterio arbitrario.
“Responsabilidad política” es dos cosas. Tiene dos dimensiones. Es un control “político”, pero debe estar basado en la “responsabilidad”.
Los congresistas fujimoristas creen que basta atribuir la responsabilidad para que esta se produzca. Como si su voz, por ser mayoritaria, tuviera el poder mágico de crear algo que no existe en la realidad.
Este criterio es un criterio de turba. La turba avanza y arrolla basada en su número y en su fuerza. Para no ser turba, las mayorías deben basar sus actos en la legitimidad, no en la arbitrariedad.
La censura del ex ministro Saavedra es un hecho. No debió suceder, en primer lugar, porque él debió renunciar. No debió insistir hasta colocar al gobierno y al país en una situación tan difícil.
La censura del ex ministro, en segundo lugar, no debió suceder porque el Congreso debió encontrar una responsabilidad, no inventarla. El Congreso no debió hacer una frívola exhibición de poder en lugar de atender los urgentes problemas nacionales.
El problema de ambos poderes es resultado de las elecciones presidenciales. Los peruanos comunes y corrientes somos víctimas de la lucha poselectoral entre fujimorismo y antifujimorismo.
Pasadas las elecciones, ni unos ni otros han logrado ubicarse en el nuevo momento. Las declaraciones del presidente Kuczynski en Chile, por ejemplo, lo regresaron a la campaña.
“Es gente [los que interpelaban] que representa a universidades privadas, que quiere privilegios”, “salgan de su clóset”, “es una vergüenza lo que está pasando” fueron algunas de las expresiones de PPK. Declaró antes de saludar a la presidenta de Chile.
La marcha en apoyo a Saavedra, por su parte, tuvo más de antifujimorismo que de pro Saavedra. Está muy bien que la gente marche por lo que cree, pero luego de la marcha era imposible que el fujimorismo retrocediera en la censura.
Hoy no hay ninguna marcha de desagravio a Saavedra. Continuarán, sin embargo, las presiones del antifujimorismo sobre el gobierno. Ya se verá si el gobierno sigue ese juego poselectoral o si finalmente madura de cara al 2021.
El antifujimorismo no es en sí mismo algo malo. No debe constituirse, sin embargo, en una forma de gobierno.
El fujimorismo, por su parte, si quiere tener vigencia como fuerza política, no debe encerrarse en el Congreso. Lo que ha hecho con respecto a Saavedra le va a costar muchísimo.
El fujimorismo, ¿quería decirnos que no representa la arbitrariedad y el autoritarismo? ¿Y cómo le creemos después de escuchar a Galarreta, Chacón y Becerril sobre el Caso Saavedra?
¿Cómo alguien va a creer que el fujimorismo cree en la democracia después de la Moción de Orden del Día 1308?
La moción de la mayoría basa la censura en opiniones, especulaciones y falacias. “Que el contralor general de la República ha señalado que podría existir responsabilidad política…”, “estas irregularidades probablemente pueden haberse cometido también en otras unidades…”, “grandes indicios de corrupción en el Programa…”, etc.
Keiko Fujimori y el presidente Kuczynski han aceptado reunirse a instancias del cardenal Juan Luis Cipriani. No va a servir de mucho si no replantea, cada uno, sus tareas y enfoques.
Cada uno debe reunirse, más bien, con sus huestes. Y debe replantear. Y esas reuniones pueden empezar con el mismo acto de contrición: “Hemos metido la pata, y vamos a cambiar”.
Pónganse a gobernar.