En el Perú nos enorgullecemos por el auge de nuestra gastronomía y la creatividad de nuestra gente. Quizá seamos creativos, en el sentido de tener ideas imaginativas, pero en innovación –en la capacidad de convertir esas ideas en nuevos o mejores productos, procesos o servicios– nos falta mucho camino por recorrer. Uno de los indicadores más dramáticos de nuestra deficiencia en innovación proviene del World Economic Forum (WEF), que construye el ránking de competitividad basado en 12 pilares. Según este reputado ránking, el Perú está en el puesto 61 de 148 países, es decir, a media tabla, pero ese resultado proviene de promediar resultados muy buenos en estabilidad macroeconómica, donde el Perú se ubica en el puesto 20, con resultados muy malos en instituciones, educación y salud, donde se ubica alrededor del puesto 100. Pero la peor ubicación la recibimos en el pilar de innovación, donde ocupamos el puesto 122.
La debilidad del Perú en el ámbito de la innovación ha pasado relativamente desapercibida gracias a las elevadas tasas de crecimiento de la economía de la última década originadas en la estabilidad macro, los buenos precios de los minerales y la apertura a la inversión y el comercio internacional, pero ahora que empieza a sentirse la desaceleración económica, la innovación se vuelve crucial para competir con éxito en la economía mundial.
En el Perú, salvo algunos grupos empresariales muy dinámicos y algunas empresas líderes en su campo, la actitud prevaleciente es la de valorar la innovación, pero se hace muy poco por ella de manera sistemática. Según una encuesta efectuada por Ipsos por encargo de Amcham, el 92% de los ejecutivos peruanos considera la innovación importante para el desarrollo del país, pero, al mismo tiempo, el 83% reconoce que su empresa no cuenta con una estrategia formal para innovar.
El estudio también destaca la relevancia de la gestión humana para la innovación. Las empresas más innovadoras son las que cuentan con una cultura más horizontal, que fomentan la comunicación interna, que aceptan el error como parte del trabajo y que practican una política de inclusión en la innovación, es decir, promueven iniciativas innovadoras de su personal. Son organizaciones con un genuino interés por la sociedad, que investigan regularmente a sus consumidores y que diseñan innovaciones con la mira puesta en mejorar la calidad de vida de las comunidades que atienden.
La innovación es fundamentalmente una responsabilidad empresarial. Sin embargo, el Estado puede hacer mucho para promoverla o frenarla. El triunfo de Occidente sobre la Unión Soviética fue en gran medida el triunfo del modelo liberal que promueve la competencia y la innovación sobre un sistema totalitario que, en su afán por controlarlo todo, terminó ahogando la iniciativa y la creatividad.
En el Perú, la innovación se encuentra “en un estado lamentable”, le dijo el domingo Gisella Orjeda, la presidenta del Concytec a El Comercio. Existe divorcio entre la academia y el sector privado, limitada masa crítica de investigadores e insuficientes incentivos, entre otras carencias, declaró. El Concytec está procurando salir de este marasmo a través de iniciativas como los centros de excelencia, pero con recursos muy limitados.
En realidad, la innovación es demasiado importante para confinarla en algunas instituciones. El Estado en su conjunto debe entender que lo primero que puede hacer para propiciar la innovación es liberar a las empresas de trámites y controles excesivos. Los gerentes deben dedicar su tiempo a que sus empresas sean más competitivas y no a lidiar con los municipios o la Sunat.
El puesto 122 del Perú en innovación es inaceptable. Hay 14 países latinoamericanos delante del Perú, incluidos Chile (puesto 43), México (puesto 61) y Colombia (puesto 74). El Perú debe aprovechar la experiencia de sus socios en la Alianza del Pacífico y aprender de ellas, pero quizá el mejor ejemplo está en casa. El impresionante desarrollo y reconocimiento internacional alcanzado por nuestra gastronomía es claramente un ejemplo de innovación y este no se sustentó en el apoyo del Estado sino en el liderazgo de un gran cocinero y empresario, que demostró que sí es posible innovar y ser competitivos globalmente. Esa es la cultura que debemos llevar a nuestras organizaciones. El rol del Estado es facilitar ese proceso.