Alek Brcic Bello

A estas alturas del desgobierno, no hay cosa más desacreditada que la ‘palabra de maestro’. Pero decir eso no suma nada nuevo al debate. Es la manera como la política nacional ha decidido sobrevivir complacientemente en los últimos meses.

Todas las semanas es la misma historia. El presidente Pedro Castillo o alguno de sus representantes dicen algo que luego queda en nada (¿se puso en venta el avión presidencial?), tiene que ser explicado a la ciudadanía (‘nacionalizar’ el gas no significa ‘estatizarlo’) o es contradicho por otro funcionario (“el señor presidente está absolutamente dispuesto a transparentar la lista de personas con las que se reunió de manera personal”).

No se requiere darle muchas vueltas al asunto para ver el desorden en que vivimos. Basta con revisar la pobre estrategia comunicacional del Gobierno para entender que ese discurso en que afirman conocer los “grandes problemas” del país está completamente vacío.

Con un grado de improvisación tan alto, lo que un representante del Ejecutivo diga no vale nada cuando unas horas más tarde otro dirá lo opuesto. La predictibilidad no le importa a nadie en el Ejecutivo, ya que por apagar un incendio son capaces de decir cualquier cosa.

Los ejemplos sobran, pero el colmo ha sido la última propuesta del mandatario. El viernes pasado, desde Cusco, el jefe del Estado dijo: “Vamos a hacer llegar un proyecto de ley al Congreso, siguiendo el curso constitucional, para que en estas próximas elecciones municipales y regionales, también a través de una cédula se consulte al pueblo peruano si está o no de acuerdo por una nueva Constitución”.

Luego, en línea con lo anterior, el jefe del Estado envió el lunes un mamarracho de propuesta al Legislativo que resulta habían plagiado. Pero antes tuvo que discutirla con el Consejo de Ministros, ya que lo que dijo el viernes había agarrado frío a su equipo de trabajo, que al parecer no tenía idea de lo que propondría.

Con eso, ¿en qué quedó la palabra del primer ministro Aníbal Torres, quien apenas un mes atrás aseguraba que el Gobierno no promovería ni ahora ni en el futuro una asamblea constituyente? ¿O la del ministro Óscar Graham y del exministro Pedro Francke que en cuanta entrevista y foro al que asistieron aseguraban que esa no era una “prioridad” del Ejecutivo?

Lo grave es que no se trata de la primera vez que algo así sucede en la administración del lápiz. Lo mismo ocurrió días atrás con la propuesta de la castración química que nadie había discutido en el Gabinete. Y también cuando Castillo anunció que levantaría el inconstitucional toque de queda en Lima y el Callao que horas antes el primer ministro Torres afirmaba que se podía “extender” al resto del país.

Esperar que el Ejecutivo se maneje con concordancia en sus mensajes y que el jefe del Estado tenga un plan de gobierno más allá del copamiento de instituciones públicas y el desprecio por la fiscalización de sus acciones es algo que ya nadie debe creer. Todo funciona de tumbo en tumbo y de crisis en crisis, con un mandatario atento a lo que señale la cabeza del partido que lo llevó al poder.

Así, da igual lo que hoy diga el Ejecutivo, porque mañana alguien podría decir todo lo contrario. O, dicho como lo diría el presidente, para el Gobierno el pollo estaba vivo, muerto, vivo. El problema es que los inversionistas ya se han dado cuenta de ello. Y de tanta incertidumbre, poco falta para que nos quedemos hasta sin pollo.

Alek Brcic Bello es economista