“César Moro escribió algunos de los más grandes poemas de amor de nuestra poesía pródiga en amores”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“César Moro escribió algunos de los más grandes poemas de amor de nuestra poesía pródiga en amores”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa
Alonso Cueto

No me refiero con este título a la política peruana, sino a un volumen de cartas que me ha conmovido y me ha ayudado a olvidarme por un momento de nuestras terribles coyunturas. El protagonista del libro es el poeta peruano (Alfredo Quispez-Asín), cuyo aniversario se cumplió ayer. Tendría hoy 98 años, y sus palabras siguen con nosotros en cualquier tiempo.

En “La eternidad de la noche”, la estupenda edición que han publicado el Fondo de Cultura Económica, el Ministerio de Educación y la Casa de la Literatura Peruana, tenemos las cartas que Moro le escribió a su gran amigo entre 1939 y 1955. El libro, que está magníficamente traducido, anotado y prologado por Inés Westphalen Ortiz, se lee con un enorme interés y placer. La edición incluye valiosas notas informativas sobre las personas mencionadas. Estas cartas de Moro, que tienen momentos de extraordinaria brillantez lírica, pueden ser definidas como parte de su obra inédita.

En las misivas, escritas en los primeros años desde México, nos enteramos de la ayuda económica que Westphalen le brinda a Moro, algo que este agradece constantemente. La razón por la que está en México, dice Moro, es la presencia de su adorado “A”, que va a aparecer también en los poemas de entonces. “Maldita vida”, dice en una de las primeras misivas. “¡Que los demás busquen por otra parte sus recompensas! A mí la fama o los negocios me dejan absolutamente frío. En mi caso, lo único que existe es el amor total, devastador, desesperado. Y aún así soy feliz, tremendamente feliz”.

La experiencia de la soledad, de la desesperación, de los apuros económicos y de las enfermedades, se recompensa con las ilusiones: “Dichosos si llega una sonrisa a despejar el cielo y señalar un lapso de tiempo esplendoroso que dura la eternidad de una noche de amor”.

En las cartas, escritas desde México, Moro contempla la posibilidad de volver a Lima. En su carta del 30 de marzo de 1948, por ejemplo, afirma: “¿Es en realidad tan horrible, tan abrumadora Lima? Sé que es un páramo, que lo cursi, lo mediocre, lo falso imperan sin recurso. Pero, ¿y los seres humanos? ¿No hay un solo ser humano, no existe un solo rostro que valga el exilio?”, y luego pregunta: “El sol, el aire, el mar, ¿no siguen siendo la maravilla de las maravillas?”. Luego viene una afirmación: “Ahora después de tantos años de haber pensado en el suicidio, sé que amo la vida por la vida misma, por el olor de la vida”.

Mientras leía estas confesiones y reflexiones, escritas para un gran amigo, me he imaginado siempre el cuarto solitario en el que se escribieron. Esa misma soledad define la poesía, y la vida, de Moro. Como se sabe, finalmente vino a vivir a Lima, donde se estableció con una serie de trabajos (entre ellos, el de profesor en el Colegio Militar Leoncio Prado, lo que llevó a su representación como el profesor Fontana en ).

Sus últimas cartas, ya escritas desde Lima, hablan de otros encuentros con amigos, entre ellos y , Federico Schwab, Raquel y Nelly. Allí aparecen nuevos testimonios sobre la ciudad y su deterioro. Su última carta es de 1955. Moro iba a morir al año siguiente. Un maravilloso libro corto de André Coyné se publicó poco después de su fallecimiento.

La lectura me ha resultado especialmente emocionante, pues Moro escribió algunos de los más grandes poemas de amor de nuestra poesía pródiga en amores. Gracias a este valiosísimo libro, su presencia se multiplica entre nosotros.

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