Gonzalo Banda

Ya hace días fue noticia, pero yo sigo sin entender aún cómo nuestras élites pueden dormir tranquilas teniendo solo más satisfacción con la democracia que Haití en esta región. Es una bomba de tiempo que se alimenta del descontento ciudadano y que avanza tímida, pero consistentemente. Y somos también un país que desconfía y de desconfiados. Nuestra confianza entre ciudadanos es la peor de la región para el Barómetro de las Américas. Es una descomposición lenta y segura que alcanza a todos. Solo puede estar madurando un estado de desconfianza mayor donde todos sean enemigos. Una sociedad descocida y sin vasos comunicantes donde la clase política agiganta más la desconfianza.

Se desconfía de todos por igual: de las instituciones, del Congreso, del Poder Judicial. Pero, ¿qué impacto puede tener el deterioro moral de la figura del presidente de la República? Uno puede ser cínico y reconocer que un presidente sea corrupto y que aparezcan pruebas que tarde o temprano lo incriminen no sería una grandísima novedad en nuestro país. Si no, que lo cuenten todos los que han desfilado por los pasillos judiciales. Los presidentes del ‘establishment’ que caen y delinquen producen previsiblemente un mayor descontento contra ese ‘establishment’. ¿Qué pasará cuando un presidente ‘antiestablishment’, como , termine de desfigurarse políticamente? ¿Sucederá acaso lo que ocurrió tras la debacle de Fujimori, con esa primavera engañosa de resurgimiento de partidos políticos que luego desaparecerían? ¿O seremos testigos de un nuevo velorio de proyectos políticos fallidos?

Recuerdo que había una pieza publicitaria en video, que apoyaba la campaña de Pedro Castillo cuando pasó a segunda vuelta, bajo el lema: “Sea bienvenido, maestro”. Articulaba un mensaje donde muchos escolares, de todas las raleas, abrían las manos con mucha confianza y entusiasmo ante la posible llegada de un presidente que era maestro. Más allá de los ribetes populistas, el mensaje que intentaba transmitir era que un maestro no podía fallar porque si un maestro les falla a sus estudiantes, en quién más confiarían. Era un mensaje cándido que en ese momento ya anticipaba que Castillo no estaba a la altura del personaje que narraba la historia. Se construyó también en la campaña un documental panegírico de Castillo donde se narraba su vida como la del redentor campesino que no fallaría porque sus padres lo habían educado en valores innegociables. Toda la campaña de Castillo se construyó sobre ese arquetipo de maestro que sanaría las heridas. Tal vez no tenga consecuencias en el mundo urbano el político de Castillo, pero ahí donde sí tuvo respaldo político, ¿qué terminará de germinar tras la frustración y el descontento?

No hay proyecto de país sin confianza en sus instituciones ni en sus políticos. No podemos engañarnos creyendo el mito de que el progreso del país se conseguirá a pesar de la política. Necesitamos una reforma política. Pero, ¿cuál? Es casi un lugar común del análisis político sostener que la reforma política sanará todos nuestros males. Pero, ¿de dónde va a provenir? Como toda reforma que quiera tener éxito, deberá ser inclusiva y suponer un conocimiento en campo de la representación ciudadana, entendiendo la complejidad de la sociedad peruana. En este momento, más que apuntar a ambiciosas metas de construcción de partidos políticos ejemplares, me conformaría con un diseño institucional que pueda resistir el malestar que van a generar la rabia y el descontento ciudadano. Una reforma política de supervivencia nacional.

Más que diseñar las reformas pensando qué sistema de partidos y representación deseamos idílicamente, nos haría un gran bien consolarnos con diseñar alguno que funcione algo mejor y disminuya las tensiones sociales. No podemos seguir conviviendo con un Congreso con estos niveles de desaprobación. Es difícil mejorar muchas más cosas. Sería, más que una reforma política de alto nivel, una de mínimo nivel, que permita no activar los botones de disolución ni vacancia tan a la ligera. La desconfianza que ha sembrado el Ejecutivo, y que resonará más en el futuro en aquellos lugares donde Castillo recibió mayor respaldo, merece un mínimo de contención urgente. Más aun si esa impopularidad se fortalece también en el Congreso con sus continuos tropiezos plagados de ridículos y contradicciones. En un país donde se fracasa haciendo reformas políticas, resulta paradójico que algunos pierdan la cabeza queriendo recrear un momento constituyente para refundar todo el sistema político. Sin partidos políticos ni movimientos sociales ni confianza ciudadana, será repetir la rutina del fracaso.

Gonzalo Banda Analista político

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