En mi época todos queríamos ingresar a la universidad. No importaba si te daban las neuronas, menos aún si estabas académicamente calificado y muchísimo menos si tenías las dotes para desarrollar una vida académica dedicada a la investigación.
Lo único que les interesaba a nuestros padres y a nosotros era ingresar. Si querías postular a San Marcos o a la UNI, te preparabas en la Pre San Marcos o en la Aduni. Si tenías plata y aspirabas la Universidad de Lima, te preparabas en la Pre Lima o en la Trener. Si las ‘fichas’ escaseaban, tenías la alternativa del grupo de estudio Pamer o Trilce, que también funcionaban con éxito para los postulantes a la Universidad Católica, con su propia Pre incluida. Y si ya eras demasiado misio (mi caso), caballero nomás, te agenciabas las separatas de todas las academias antes mencionadas y veías qué podías hacer con algún profe de tu barrio.
Todos sabíamos, dependiendo de la carrera a la que aspirábamos, cuál era la mejor casa de estudios para desarrollarse. Si querías ir a Administración y tenías cómo pagar, la Pacífico y la de Lima te esperaban. Católica en Derecho de todas maneras ocupaba el primer lugar en la lista. En Medicina siempre estuvieron San Marcos y Cayetano. Ciencias de la Comunicación a ojos cerrados nuevamente la de Lima, y así con una serie de carreras. Lo importante era ingresar y una vez adentro buscar una recategorización para pagar menos y sobrevivir. Algunos postulaban aspirando a ser médicos y terminaban en Veterinaria porque el puntaje no les alcanzaba. Otros, en peor estado académico, solo obtenían puntaje para Educación (desde ahí ya se nota que estamos mal en el país con ese tema: Educación debería ser la carrera con mayor puntaje, no el premio consuelo). Una vez adentro, te engañabas con el sueño del traslado de carrera o, si finalmente no ingresabas a ninguna de estas universidades serias, te quedaban las segundonas y nuevamente activabas el sueño del traslado convalidando cursos. Ya si eras muy salvaje, en el caso de Medicina postulabas a la San Luis Gonzaga de Ica. Y si ya eras el extremo de animal, tus viejos a patadas te mandaban a estudiar a Bolivia.
Con lo anterior, le duela a quien le duela, se estaba gestando de alguna manera una educación universitaria ad hoc a las capacidades mediocres del alumno, un plan ‘B’ para los burros. Con esto no quiero decir que si no estudiabas en ‘esa’ universidad no tenías futuro, pero no nos leamos las manos entre gitanos. Todos sabíamos que la exigencia en las universidades segundonas y más facilitas no era la misma, y eso nadie lo supervisaba. Ha pasado el tiempo y muchos se avivaron y se dieron cuenta de que en el Perú la educación es el más rentable de los negocios, así que decidieron jugar con los sueños de muchos jóvenes y sus padres y comenzaron a aparecer ‘universidades’ para todos los gustos. Total, lo único que importa es el cartón. Muy grave. Porque lo primero que uno tiene que hacer al pretender seguir una carrera es sincerar su estatus académico y darse cuenta de si tiene las habilidades intelectuales necesarias para desarrollarse en ella. Así nos duela, si no te da la cabecita para Derecho, entonces busca tu talento en otra ciencia, pero no te engañes ni engañes a la sociedad pretendiendo ejercer por capricho una carrera para la cual no estás dotado.
Hoy hay en nuestro país una serie de universidades que son literalmente una porquería, pero como en ese negocio hay muchos intereses, los políticos peruanos se están haciendo de la vista gorda. Ahora que tenemos desde el periodo pasado un ministro de lujo, estos miserables lo interpelan. Una vez más, gracias señores congresistas. Inclusive hay unos que son juez y parte, miembros de esas universidades de medio pelo que no son más que fábricas de futuros desempleados. #SaavedraNoSeVa.
Esta columna fue publicada el 3 de diciembre del 2016 en la revista Somos.