Maniquís con pantalla, por Renato Cisneros
Maniquís con pantalla, por Renato Cisneros
Renato Cisneros

Lo más cerca que estuvo mi generación del Mannequin Challenge fue la ‘pega inmóvil’. Tenía una variante, ‘Los Encantados’, pero ambos básicamente consistían en lo mismo: escapar de un perseguidor que, si te daba el alcance, te obligaba a permanecer quieto, como si estuvieras hecho de hielo o cemento. Solo si otro jugador te rescataba tocándote el hombro, quedabas libre del conjuro. El que más disfrutaba era el perseguidor. Una vez cumplida su misión se acercaba a esas pobres estatuas humanas de nueve o diez años que luchaban contra los calambres y, apelando a las muecas más idiotas posibles, no descansaba hasta hacerles perder el equilibrio de la risa.

Treinta años más tarde, aquel inofensivo pasatiempo infantil se ha sofisticado al punto de volverse tendencia planetaria. Lo curioso es que ahora el juego no es exclusivo de los niños, sino que tiene a varios adultos entre sus más afanosos exponentes. No hay celebridad deportiva, política ni artística –desde Cristiano Ronaldo hasta Beyoncé, pasando por la hija de Donald Trump– que no haya sucumbido a la tentación de congelarse unos segundos para hacer su propio Mannequin Challenge (o Reto del Maniquí, como recomienda decir la Fundación del Español Urgente).

Incluso la candidata demócrata Hillary Clinton apeló una variante aérea del Mannequin a ver si así conseguía respaldo en las elecciones presidenciales. Al final del vídeo donde se le veía junto a la tripulación de un avión, todos interactuando como efigies a miles de metros de altura, se leía el mensaje: “No te quedes quieto, vota hoy”.

Nada de esto habría sucedido si el 27 de octubre pasado, en un instituto de Jacksonville, a una jovencita afroamericana llamada Emil no se le hubiera ocurrido quedarse estática espontáneamente frente a su salón de clases. Un compañero le dijo “pareces un maniquí”, tres más la imitaron, alguien lo filmó, otro colgó las imágenes en YouTube y, listo, se armó el desmadre. Pocos días después hordas de chiquillos de distintas partes del mundo empezaron a armar montajes parecidos, buscando posturas corporales más complejas y situaciones más insólitas.

El 2 de noviembre, cuando la novelería ya mostraba síntomas de imparable bola de nieve, un estudiante californiano incluyó como cortina de su Mannequin el tema Black Beatles, del dúo norteamericano de hip-hop Rae Sremmurd. Al día siguiente, enterados del detalle, los músicos hicieron un multitudinario Mannequin en pleno concierto en Denver, y a partir de ese momento la canción se impuso como el soundtrack del viral. Pero una semana después, luego de que el mismísimo Paul McCartney circulara en Twitter en un video donde aparece petrificado ante su piano escuchando Black Beatles, el tema de los Rae Sremmurd se disparó sin control. La semana pasada, para sorpresa de los especialistas, alcanzó el número 1 de los Billboard y, por sus ganancias, va camino de destronar al Gangnam Style y el Harlem Shake, esos adefesios también convertidos en fenómenos de redes que en su momento todos bailamos, sobrios o no.

En ciertos foros ya se especula con que esta fiebre solo podría ser superada por el “Andy’s coming”, novísimo reto en el cual los participantes emulan a los juguetes de Toy Story que en la película se desvanecían apenas sentían los pasos de Andy, su dueño. En el desafío ocurre lo mismo: alguien del grupo grita “¡Andy’s coming!” y los demás se desploman con un mínimo de coordinación.

No recuerdo ningún juego de la infancia de esas características. La táctica de hacerse el muerto –o el cojudo– la descubrimos mucho después. En la adolescencia sirvió de mucho. Algunos la usan hasta ahora.

Esta columna fue publicada el 26 de noviembre del 2016 en la revista Somos.