Juan tiene un carro y desea venderlo. Pone un aviso en el periódico. Luego de recibir la visita de varios interesados cierra el trato con Fernando. En el momento en que Fernando le está entregando a Juan los diez mil dólares pactados, Mauricio, un transeúnte, ve casualmente el pago. Se acerca donde Juan y le grita: “¡Es usted un corrupto!”. Sorprendido, Juan le pregunta por qué. Mauricio le dice: “Estás recibiendo dinero por entregar tu carro”.
Por supuesto que el incidente no tiene nada que ver con corrupción. Es una simple y vulgar compraventa en la que el propietario recibe un pago por lo que es suyo.
En realidad, la entrega de algo por un pago puede ser corrupción solo si lo que se entrega no es de uno.
El mismo Juan es ahora el administrador de un hospital estatal. Recibe recursos de los contribuyentes para brindar salud al público. Entonces, Juan acepta, por un pago, cambiar el orden de atención de los pacientes, o compra medicinas más caras a cambio de una comisión (con lo que habrá menos medicinas en el hospital). Ahora sí se convierte en un corrupto.
Dado que por definición los funcionarios se encargan de administrar lo ajeno, el uso de esos bienes o derechos ajenos para fines distintos a cambio de un pago es corrupción.
Y no solo son bienes. Si tengo derecho a poner un negocio en un local de mi propiedad y un funcionario de la municipalidad me niega la licencia de funcionamiento hasta que no le pague, está vendiéndome el derecho que ya tengo. Y si le da licencia a quien no corresponde por una coima, está vendiendo el derecho de los demás a estar libres de ciertos negocios en el barrio.
Si un juez vende una sentencia perjudicando a la parte que no le pagó, está vendiendo el derecho de esa parte a la contraparte. Y si tengo razón, pero me piden plata para dármela, me están vendiendo algo que es mío. En ambos casos se está robando a alguien lo que le pertenece.
Por eso, la frase de Proudhon “La propiedad es robo” está tan equivocada. En realidad, “La corrupción es robo”. Y para consumar este tipo de robo se usan mal los poderes que la ley le ha entregado al Estado. Entonces, el Estado es robo.
En otras palabras, la corrupción es la consecuencia de la falta de derechos de propiedad o titularidades bien definidas.
Así tenemos un primer punto para entender por qué siempre vemos corrupción en todos los gobiernos: el Estado es un mundo sin titularidades claramente definidas, donde mis derechos dependen de lo que diga, por un poder entregado por ley, alguien distinto al dueño de esos derechos: un funcionario.
Y aquí viene la razón por la que casos como el de Moreno se repiten en todos los gobiernos. Como dice el dicho, “el ojo del amo engorda el caballo”. Por tanto, la falta de amo lo adelgaza. El caballo en manos del Estado es un caballo sin amo.
Las personas tienden a buscar el interés personal. Cuando ese interés se junta con la propiedad, el resultado es su buen uso. Pero cuando se topa con la falta de propiedad o de derechos, el resultado es que los funcionarios tenderán a usar lo ajeno en interés personal. Antes que educación, seguridad, salud o licencias para los ciudadanos preferirán comprarse un auto, una casa o irse de viaje con su familia o amigos. Y es que la corrupción es connatural al Estado. Está en la esencia de su diseño crear los incentivos para corromperse.
Por eso todos los gobiernos fracasan al combatir la corrupción: los incentivos están precisamente al revés de donde deberían estar. La corrupción nace previamente al mal uso del poder. La corrupción nace de cómo se reparte el poder para decidir sobre nuestros derechos. Un corrupto sin poder sería un carterista metiendo sus manos en nuestro bolsillo. El poder y las leyes y regulaciones de las que lo deriva le facilitan la vida.
Cornelio Tácito decía: “Cuando más corrupto es el Estado, más leyes tiene”. En realidad, la relación causal es al revés: cuando más leyes tiene, más corrupto es. Así como la ocasión hace al ladrón, el poder hace al corrupto.