Érase una vez un país llamado Las Maravillas, bañado por un hermoso mar azul en toda su extensión, con el respaldo de una bella cordillera nevada y, por el otro lado, una selva que en su juventud fue virgen. La población era muy entusiasta y muy trabajadora. El ambiente general era lograr una democracia inteligente y eficaz.
Pero pasaron los años y a alguien se le ocurrió que el país estaría mejor gobernado si se creaban regiones; y, efectivamente, era una opción interesante. Pero no hubo manera de ponerse de acuerdo con la integración y los límites de cada región. Por ello, el entonces presidente de la República recurrió a la solución más efectiva: el facilismo salomónico. Si los departamentos tenían dificultades para integrarse en regiones más globales, entonces había que convertir cada departamento en una región, con presidente propio y autonomía política, económica y administrativa.
Como es evidente, esto no producía la mejor integración del país llamado Las Maravillas y, en la práctica, todo quedaba como estaba; con la sola pero muy importante diferencia que estas supuestas regiones semejaban más bien un régimen feudal, donde el rey (el presidente de la República) tenía muy poca fuerza y no podía entrometerse demasiado en el gobierno autónomo de la región. Así, la democracia quedaba afectada, pero no faltó quien defendió este sistema llamándolo “democracia diversificada”. En criollo, podríamos decir que el país llamado Las Maravillas se convertía en una colección de curacazgos, pero nos quedaríamos cortos porque los gobiernos regionales tenían aun más poder que el régimen de los curacas.
Como era de esperar, mafias económicas y políticas tomaron el control de estas regiones y no vacilaron, para llenarse los bolsillos, en emplear recursos matonescos y definitivamente delictivos, en la región puesta bajo su poder casi absoluto. Ante la gran sorpresa de la población, comenzaron a aparecer lavados de dinero, cobros de cupos a cambio de licencias de obras, abusos respecto de la propiedad de los ciudadanos, protección de lo ilegal (como la minería no autorizada), etc.
En este país maravilloso, el curaca (presidente regional) de una región fue encarcelado y sometido a un severo juicio debido a los presuntos delitos cometidos en su gestión. Y, sin embargo, un tiempo después hay elecciones, se presenta como candidato preso y sale nuevamente elegido (nos preguntamos cómo) en tanto que presidente regional por un nuevo período. Ciertamente, no podrá gobernar desde su celda, pero para eso está el vicepresidente. Y así todo el asunto está arreglado en términos democráticos.
Más adelante, se pensó que no era democrático que quedaran sin votar los presos que no tengan sentencia todavía, es decir, la mayoría. Es verdad que estas personas tienen todos los indicios en su contra (si no, no hubieran sido encarcelados)..., pero no han sido juzgados. Por tanto, se instalaron mesas de votación en las cárceles y, en alguna de ellas, se introdujo incluso un sistema electrónico de emitir su voto para ser aún más modernos. Por cierto, si podían votar los presos, debían también estar en aptitud de conocer bien a todos los candidatos y sus propuestas. Por consiguiente, se autorizó la propaganda política en la cárcel y la visita de los candidatos. Así, en víspera de elecciones, los presos estaban muy felices. Les pusieron una gran cantidad de carteles en los patios con las fotos de los candidatos y sus promesas, como “Colocaré televisión en todas las celdas”, “Limpiaré los baños de la prisión” y hasta un explosivo “¡Libertad, carajo!”. Los presos se divirtieron pintándoles bigotes y escribiendo pedidos adicionales, a veces bastante vulgares y subidos de tono.
Por otra parte, los candidatos visitaron uno a uno cada cárcel. La mayor parte de ellos se encontró con muchos amigos. Cada vez trajeron amables “señoritas” para animar la fiesta y bailaron y cantaron un par de horas de manera muy divertida. El pisco, que había entrado de contrabando, circuló por toda la asistencia delictuosa.
Lamentablemente, este cuento (no para niños) se está haciendo realidad en el Perú con los presidentes regionales y los alcaldes de varios tipos. Los errores de quien hizo una regionalización del país definitivamente anticipada y carente de toda perspectiva técnico-social-económica se están pagando hoy con la putrefacción de nuestros valores regionales y el peligroso escepticismo que resulta de pensar que todo esto no tiene un remedio simple y que la democracia tendrá que manejarse con mucha habilidad para que las cosas vuelvan a su lugar... o suban a un lugar mejor.