Los dos países con las economías más libres de América Latina, Chile y Perú, recientemente resolvieron una disputa limítrofe de manera pacífica y civilizada. El suceso forma parte de un patrón mundial que pone en evidencia cambios importantes en la sociedad peruana.
Hay cada vez menos disputas entre los países y cada vez más interés en resolver desacuerdos sin recurrir a la fuerza. Según Steven Pinker, de la Universidad de Harvard, estamos viviendo en la era más pacífica de la historia humana: “Las guerras entre países desarrollados han desaparecido, e inclusive en el mundo en desarrollo, las guerras matan solo una fracción de la cantidad de personas que eran asesinadas hace unas pocas décadas atrás”.
Una razón ampliamente estudiada que explica la reducción mundial en los conflictos militares es que los países democráticos y desarrollados no libran guerras entre sí. Y hoy el mundo es más próspero y hay muchas más democracias de lo que era el caso hace treinta años. Puede que ciertos valores democráticos en esas sociedades influyan en el comportamiento menos agresivo con estados vecinos. Cualquiera que sea la interpretación, la democracia es un factor poderoso en explicar la paz en buena parte del mundo.
Pero la integración económica juega un papel clave, y quizás más aun que la misma democracia, en promover las relaciones armoniosas. El politólogo Erik Gartzke encuentra que la libertad económica—es decir, mercado abiertos, gobiernos limitados—reduce significativamente la probabilidad de disputas. Eso tiene sentido. En economías libres, los conflictos ponen en peligro la interdependencia de los países y la rentabilidad de los negocios en ambos lados de la frontera. El costo de un conflicto militar es alto y evidente.
Erich Weede, de la Universidad de Bonn, explica que la libertad económica promueve la paz no solo de manera directa, sino también al fomentar la prosperidad, pues las democracias son más estables y tienden a perdurar entre más prosperas sean. En otras palabras, la apertura económica fortalece la democracia. La “paz capitalista” tiene como componente a la “paz democrática”.
Ese análisis es consistente con la experiencia nacional. Muchos peruanos se acordarán de las tensiones entre el gobierno militar peruano y el chileno en 1975 que casi resultaron en un enfrentamiento armado. También recordarán los conflictos militares con Ecuador en 1981 y 1995. Esos episodios ocurrieron en un contexto en que faltaba la democracia, o había baja libertad económica, o las dos cosas. Así como Chile, el Perú es ahora notablemente más libre económica y políticamente, y más próspero también. Qué contraste con la relación desconfiada entre una Colombia democrática y la Venezuela autoritaria, que obstaculiza relaciones comerciales, ampara a la guerrilla colombiana, y que bajo Hugo Chávez hasta llegó a enviar tropas a la frontera en el 2008.
Uno de los grandes beneficios de la globalización ha sido el aumento en la seguridad internacional. Pero no podemos ser deterministas. El último episodio de globalización terminó en guerra luego de que los estados fueron acumulando más poderes y volviéndose más proteccionistas a finales del siglo XIX y principios del XX. En el fondo, son las ideas y los valores, tan difíciles de medir, los que juegan el papel central en sustentar o debilitar una visión moderna de la sociedad. A pesar de que las causas de la paz tienen una relación compleja, lo que sí se puede afirmar es que la globalización, la prosperidad y la democracia hasta ahora se refuerzan entre sí para reducir los conflictos. En eso, el Perú y Chile dan un buen ejemplo para la región.