Las personas no mueren cuando parten, sino cuando las olvidamos. Las huellas físicas para recordarlas (una placa, un monumento, un nombre en un calle o una plaza) no aseguran el recuerdo. Lo inanimado no emula una vida, menos una vida que vale la pena.
Francisco Lira es abogado. Tiene 26 años. Quizás alguien discuta que los haya cumplido. Su cumpleaños es en junio. Pero a comienzos de este año, cuando tenía 25, nos dejó. Su cuerpo no resistió lo que sus ganas de vivir merecían. Un buen día se sintió mal. Se durmió. Ya no despertó. La verdad es que no fue nada justo.
Se acababa de graduar de abogado solo unos meses antes. Le encanta ser abogado. Le encanta discutir y argumentar. Le encanta defender lo que cree justo. Es alegoso, porfiado e intenso al discutir. No le gusta ceder. Es inteligente, despierto, creativo. También es picón y porfiado. No le gusta perder y si hay que hacer algo bien, insiste e insiste hasta que le sale. Por eso da rabia que se haya ido temprano. Tenía tantas cosas que hacer bien.
Y no solo le gusta ser abogado. Le encanta hacer muchas cosas. Leer y leer. Encontrar la creatividad en otros y descubrir cómo se puede aplicar a la vida misma. Le gusta encontrar problemas porque le gusta resolverlos. Para Francisco la cantidad de problemas que hay en el mundo son una mala y una buena noticia. La mala es que muchos necesitan muchas cosas. La buena es que hay miles de oportunidades de ayudar. Por eso también da tanta rabia su partida. Hay tantas personas a las que podía ayudar.
Por suerte mucha gente lo quiere: su familia, su enamorada, sus amigos, sus profesores, la gente con la que trabaja. Ningún cariño es gratuito. Y como lo quieren no se conforman con olvidarlo o con recordarlo con placas o monumentos, que serían una forma sutil y conformista de olvido.
Es difícil recordar a quien no está físicamente. El tiempo puede desdibujar su imagen. Las fotos y los videos son demasiado tiesos. Están inmóviles, congelados. No tienen vida. Es mejor recordar viviendo, sobre todo si se recuerda a quien le gusta vivir.
Quienes lo quieren han buscado la forma de que Francisco siga haciendo las cosas que le gustan. Trabajaba (aunque podríamos decir que todavía trabaja) en un estudio de abogados: Payet, Rey, Cauvi, Perez, Mur.
Sus amigos del trabajo encontraron la mejor forma de recordarlo. Crearon una beca con su nombre. A partir de ahora estudiantes de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú podrán seguir estudiando con esa beca. A través de ellos Francisco podrá seguir haciendo las cosas bien y podrá ayudar a los demás. Podrá seguir siendo porfiado e intenso. Podrá seguir sonriendo y agradeciendo. Podrá seguir picándose cuando algo no le sale bien.
Algunos creen que no le gusta la idea. Quizás le parezca un poco pretenciosa. Pero creo que sí le gusta. Le permite estar allí donde se suponía no podía estar. Está haciendo cosas.
La historia de Francisco enseña que el recuerdo no es un esfuerzo mental por no olvidar. El recuerdo, el auténtico, es un acto de vida. Es convertir el espíritu de una persona en un esfuerzo vital. Cuando una persona nos deja, la pregunta no debe ser qué objeto representará mejor su recuerdo, sino qué acto representa mejor su vida. No debemos honrar su memoria, sino sus acciones.
Vivimos en un país de recuerdos fríos y marchitos, como las flores en un cementerio. Una beca, una fiesta navideña para niños en un lugar apartado, sembrar un árbol, construir una casa a quien la necesita, adoptar un colegio, publicar un libro, crear un premio a nuevos aportes científicos son mejores homenajes que esculpir en piedra a quienes queremos recordar. Y es que en realidad la vida no se contrapone a la muerte, se contrapone a nuestra apatía.