"Como no admiten la búsqueda del consenso, nuestros liberales criollos han creado imágenes del opositor político que obstruye cualquier intento de diálogo, negociación y moderación". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Como no admiten la búsqueda del consenso, nuestros liberales criollos han creado imágenes del opositor político que obstruye cualquier intento de diálogo, negociación y moderación". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

¿Cuándo surgió la política reciente? Sin duda comenzó al inicio de la década de los 80 del siglo pasado. En 1980, la primera ministra británica Margaret Thatcher anunció al mundo de que “no había alternativa” (“there is no real alternative”), expresión que es conocida por el acrónimo TINA en inglés. Su idea fuerza era que el imperativo de la iniciativa privada y la libre empresa eran los únicos principios (“morales”) capaces de lograr el crecimiento y bienestar en una sociedad. Se inicia así una nueva hegemonía ideológica que se afianza diez años después con el fin de la Guerra Fría. Resulta paradójico que el dogmatismo y encerramiento expresado en TINA provenga de una posición política que promueve la libertad individual como valor absoluto.

Una de las áreas en las cuales la polarización se manifiesta con mayor fuerza es cuando entra en cuestión la justicia social, específicamente la desigualdad. A pesar de que –como hemos mencionado varias veces en esta columna– el nos ha llevado a un planeta cada vez más desigual, la respuesta de los que defienden a rajatabla esta posición se encuentra entre la negación de que esto realmente suceda o en minimizarlo mediante mecanismos como la sorna, burla y el desprecio.

Recuerdo cuando hace nueve años este Diario realizó un reportaje sobre la desigualdad. Fue en el 2012 cuando nuestra aún mantenía el aura de “milagro económico” y Ollanta Humala ya no representaba un peligro al modelo. Sin embargo, ya se daba un aumento significativo de la conflictividad social. Muchos de los economistas entrevistados para la pieza periodística vincularon el incremento en la protesta con la falta de equidad de oportunidades en nuestra sociedad.

Sin embargo, nunca se me olvida la respuesta que dio el decano de Economía de una de nuestras principales universidades. Sobre la relación entre desigualdad y conflictividad, respondió: “Eso de los conflictos sociales y la criminalidad es pura trapería. La desigualdad es positiva y hasta deseable, al menos por un par de décadas. Matar la desigualdad sería matar también el crecimiento. Lo que pasa es que los seres humanos son envidiositos” (El Comercio, 16/04/2012).

Esta ha sido la reacción de un sector importante de nuestra derecha liberal durante los largos meses de campaña. Me hace acordar a otra de las famosas citas de Thatcher: “No soy una política de consensos. Soy una política de convicciones”. La convicción es que el modelo económico es soberano y no es permisible dar el brazo a torcer para reconocer al otro, al que sufre esa desigualdad “deseable” que alienta la competencia, pero causa dolor, miseria y muerte. Ante tal fetiche de mercado, para estos ideólogos todo lo demás es patraña, equivocación y… comunismo.

Como no admiten la búsqueda del consenso, nuestros liberales criollos han creado imágenes del opositor político que obstruye cualquier intento de diálogo, negociación y moderación. Y lo hacen de tres principales maneras. En primer lugar, critican al opositor por tener tendencias comunitaristas, negadoras de la libertad individual. Es decir, si criticas la hegemonía absoluta del mercado al señalar sus deficiencias, te conviertes en un terruco.

En segundo lugar, es la psicologización de la oposición al modelo, achacándola a trastornos psicológicos resultantes de la incompetencia individual, lo cual genera envidia, resentimiento y odio hacia el logro de los demás. Como está escrito en muchos micros en Lima: “Tu envidia es mi progreso”. “Eres pobre porque quieres”, es decir, lo mereces. En tercer lugar, se acude a las teorías conspirativas, siendo la del Foro de Sao Paolo y George Soros las más recurrentes.

En resumen, las posiciones ortodoxas de la derecha liberal son las que han llevado a la polarización en nuestro país y el mundo. Y no es porque no existiera una izquierda extremista, claro que la hay. Pero son las rígidas “convicciones” de los defensores extremos del mercado los que han debilitado al centro político al tratar de comunista y terrorista al moderado. Al barrer la arena política de los reformistas, se ha quedado solo acompañado con un fiel reflejo de su ortodoxia al otro lado del espejo.

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