Harto revuelo ha causado la concesión del Nobel de Economía a Daron Acemoglu, James Robinson y Simon Johnson, profesores de universidades estadounidenses que en los últimos 25 años han difundido una explicación de lo que, desde Adam Smith, ha sido la gran pregunta de la disciplina: ¿por qué unas naciones son prósperas y otras no? Su modelo, sencillo y seductor, levanta, sin embargo, varias dudas.
Los galardonados proponen que el éxito económico de las naciones descansa en el tipo predominante de instituciones. Estas pueden ser de dos tipos: inclusivas y extractivas. Las primeras conducen a la prosperidad; las segundas, a la miseria. Las instituciones son entendidas a la manera de Douglass North (un ‘nobelizado’ economista anterior): como reglas de juego que pautan las relaciones entre las personas, las empresas y el gobierno. Se trata de leyes o costumbres que regulan el acceso a los bienes de producción y del grado de aceptación de dichas normas por la población. Es decir, ¿cómo puede uno convertirse en empresario minero, en agricultor o en transportista en este país? Ojo que las instituciones no se refieren tanto a lo que la ley dicta, sino a qué es lo que en realidad ocurre.
Las instituciones serán inclusivas cuando garanticen los derechos de propiedad de las personas, limitando la capacidad de los gobiernos o las élites para afectarlos, y brinden oportunidades de educación y progreso a los sectores mayoritarios. Serán extractivas en el caso opuesto: cuando la propiedad o las ganancias pueden ser confiscadas por el gobierno o robadas por otros, se limita o prohíbe a las personas realizar actividades económicas, a fin de favorecer a ciertos grupos, y los servicios que son importantes para la prosperidad favorecen solo a una minoría.
También en la política, las instituciones pueden ser inclusivas o extractivas. Serán lo primero cuando el acceso al poder, a la expresión de las ideas y el derecho a la participación y el voto estén al alcance de la mayoría, a la vez que las acciones del gobierno estén controladas por poderes paralelos, como los congresistas y magistrados; y serán lo segundo cuando el poder permanece en manos de una camarilla o un solo partido, que restringe la participación política y la emisión de otras ideas, sin el contrapeso de organismos de control.
Entre las instituciones económicas y políticas ocurriría una simbiosis; de modo que lo normal será que en un país donde reinen las instituciones económicas inclusivas, lo hagan también las instituciones políticas del mismo tipo. Los países pobres, como secuela de instituciones extractivas, suelen carecer de gobiernos democráticos. Sin embargo, los laureados admiten que históricamente ha ocurrido la coexistencia de instituciones políticas extractivas con instituciones económicas inclusivas: dictaduras militares que han liberalizado la economía y abierto los mercados. Citan el ejemplo de Corea del Sur entre las décadas de 1960 y 1990. Pero esto habría ocurrido solo temporalmente y como una anomalía que finalmente no puede sobrevivir.
Lanzo ahora mis reparos: antes de 1700 no existían instituciones inclusivas en ninguna parte del mundo y, sin embargo, las diferencias de riqueza entre los países, por ejemplo, entre los de Europa del norte y del sur, medidas por los salarios de los trabajadores, eran ya apreciables. Una brecha que se reprodujo entre las colonias de dichos países en el continente americano. ¿Cómo explicarla? ¿No será por la geografía, que explícitamente han desdeñado los galardonados profesores?
Por otra parte, ¿existe algún liderazgo o secuencia en esa simbiosis entre instituciones políticas y económicas? ¿Será que para que puedan desplegarse las economías inclusivas deben haber madurado antes las políticas del mismo signo? O al revés: ¿requiere el desarrollo de las instituciones económicas inclusivas la previa mano dura de un gobernante?
La utilidad de los modelos es que proveen una herramienta para discutir y aclarar las cosas. No hay duda de que por ello los galardonados merecían el Nobel.