Maite  Vizcarra

Para hoy está anunciada una gran movilización social hacia Lima con origen en las ciudades sureñas en donde se han producido tantas muertes indeseadas. Todos estamos pendientes sin saber qué va a pasar. Sin embargo, pese a las tensiones que se anuncian, el gobierno de la presidenta tiene hoy la oportunidad clave para empezar un proceso largo de pacificación a través de una práctica social casi inexistente en el Perú: el .

Yo sé que usted va a pensar que eso del diálogo suena políticamente correcto, pero que tal vez termine siendo infructuoso porque, aun cuando el actual gobierno busque el encuentro, es posible que solo obtenga como respuesta el silencio, la evasión o la temida violencia.

Entonces, ¿vale la pena hablar de diálogo en estas circunstancias o, en su defecto, solo nos queda parapetarnos en nuestras posiciones y en el indeseable punto muerto? Mi respuesta es que sí vale la pena empezar la ruta del diálogo, además de intentar mantener el orden y la tranquilidad.

Tal vez, para manejar expectativas, convenga explicar en qué consiste esa práctica tan poco frecuente en nuestro país, en donde cualquier tipo de intercambio de ideas generalmente se orientará a la oposición. No en vano reza el dicho: “En el Perú opinar equivale a oponerse”.

Y es que, en efecto, tenemos un problema conceptual con la práctica de la conversación. En el Perú no se sabe dialogar porque creemos que dialogar es ir a conversar con el otro para convencerlo u oponérnosle porque, de lo contrario, estaríamos claudicando en nuestros intereses. Pero este es un gran error.

Como indica Alfredo Zamudio, del Instituto Nansen (Noruega) para la paz y el diálogo, “dialogar es una forma de comunicación que se centra en comprender al otro para acercársele. No se pretende convencerlo de que uno tiene la razón. Se pretende comprenderlo desde la diferencia”. Y, lamentablemente, en el Perú no toleramos las diferencias.

Si hoy la presidenta Boluarte abre una puerta de acercamiento para entendernos a través de un diálogo que sirva para reparar lo que ha pasado y pasa en esta crisis, habrá iniciado un proceso necesario y que debe desarrollarse, no bajo la lógica de una secuencia lineal –porque ahora más que nunca no sabemos qué va a pasar después en el Perú–, sino como una iteración.

Si se me permite, echaré mano de una idea propia de la gestión de la innovación para introducir aquí a la ‘iteración’, que es la forma como logramos innovar una situación. Iterar implica dar pequeños pasos para atender problemas, para así ir aprendiendo sobre lo que funciona y lo que no: probar, aprender y adaptar.

Iterar es un proceso que no es perfectamente lineal, pues cada pasito –'baby steps’– depende de qué se ha aprendido en el anterior, y eso puede significar, o que hay que hacer un giro radical o que el camino inicialmente propuesto tiene sentido.

Hoy se puede abrir un diálogo que no sabemos a dónde nos va a conducir, pero que sí puede ayudarnos a empezar una vía de reconocimiento del otro que tenemos que empezar de manera urgente, más allá de los prejuicios y de los sesgos. No será fácil y de seguro la tentación de patear el tablero será enorme. Pero lo tenemos que intentar.

Espero que el gobierno de la señora Boluarte convoque a más agentes que empiecen a practicar el ejercicio de una política basada en verdades demostrables y no en pensamientos mágicos –¿solo una asamblea constituyente salvará al Perú?– para que lo demostrable nos lleve a soluciones reales. Porque los prejuicios son más peligrosos que los juicios erróneos. Los primeros pretenden tener la razón siempre. Pero los segundos, cuando se equivocan, pueden rectificarse. Es la diferencia entre un fanático y un convencido. El primero no duda, el segundo sí.

Maite Vizcarra es tecnóloga, @Techtulia

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