Hace unos días conmemoramos el natalicio de Jorge Basadre, historiador de la república, además del fallecimiento de José Faustino Sánchez Carrión, quien ayudó a colocar los cimientos de un edificio que hoy se tambalea e incluso, para muchos, colapsa. Aparte de un profundo amor por el Perú y una fe imbatible en un destino que tanto el tacneño como el huamachuquino avizoran grande, y del que hoy con razón se duda, lo que los asemeja es el impacto mental y emocional que tuvo la patria chica en sus respectivas visiones, sobre una entidad portadora de una historia larga, dolorosa y compleja. El mismo nombre del Perú nos remite tanto a la fantasía de la abundancia para una Europa hambreada (“vale un Perú”) como al encuentro confuso entre dos mundos, uno de los cuales fue brutalmente sojuzgado.
En “La Vida y la Historia”, Basadre nos conduce por los recovecos de su Tacna querida: la de los zapallos, las peras, la melcocha, la camanchaca, el aroma de las flores, los festejos a la Candelaria o el pito del tren que llegaba de esa Arica cautiva como ocurría, también, con su patria chica. En la localidad de sus recuerdos “a veces no se sabía dónde terminaba la campiña y dónde empezaba la ciudad”. Porque al avanzar por una calle se tropezaba “inesperadamente” con un “rincón ungido por la soledad rústica” y en pleno centro irrumpía de pronto “el verdor campesino de una huerta” o “un jardín”. Y es que, de acuerdo con Basadre, la ciudad le daba al campo su lección de “buenas costumbres mediante la belleza y la pulcritud de los caminitos” mientras que el campo “eterno maestro de vida” ofrecía al “microuniverso citadino” una “atmósfera de sencilla…hermosura”. Más allá de la descripción de un equilibrio hoy en día inexistente (no hay más que observar con horror lo que ocurre en una Madre de Dios depredada por la rapacidad) Basadre buscó subrayar la importancia de la identidad local. “Sentirse enraizado en la tierra propia” era “el mejor privilegio que un niño” podía “alcanzar” ya que la “compenetración” con el “mundo físico circundante” (que no era romantizado ya que el tacneño reconoció “lo sucio, lo prosaico, lo triste” e incluso “lo violento” del mismo) era una suerte de tónico para afrontar las inevitables crisis venideras.
En una línea de pensamiento similar, Sánchez Carrión entendió perfectamente la importancia de las identidades y del poder local en la construcción de esa república que defendió con su pluma, pero también como redactor de la primera Constitución y posteriormente como miliciano, en su trajinar a caballo por la sierra norteña, un hecho que antecede el triunfo patriota en Ayacucho. La solución del dilema republicano debía darse en un contexto histórico (“la historia es una lección para el linaje humano, y de ella debemos sacar ejemplo”) pero además sustentarse en la experiencia cotidiana. Dentro de esa línea argumentativa, el mayor desafío era crear “un gobierno central, sostenido por la concurrencia de gobiernos locales” resguardados por la Constitución; único dique de contención contra “la liberticida ambición” de sus “pretendidos legisladores”. Preservar a la república de su peor enemigo, la anarquía, provocada por las facciones políticas en pugna, requería de la división de poderes, del ejercicio permanente de la ciudadanía y de la unión estrecha entre los participantes del pacto republicano. En breve, la construcción de una república en un “vasto Estado” como el peruano se encontraba estrechamente asociada a la buena marcha de “la administración municipal”, la que fue considerada desde sus inicios como la piedra angular del sistema que se inauguró hace 200 años.
Para Basadre, a quien últimamente se le critica por su concepto para algunos romántico de “la promesa republicana” –como si fuera su único aporte historiográfico– el gran desafío de este “archipiélago” llamado Perú consistía en organizar, estimular y promover la expresión espontánea de “comarcas y regiones” a lo largo y ancho del país. Más aún, la propuesta basadriana consistía en superar “la democracia formal” para de esa manera construir república “de abajo hacia arriba”. Sea por una infancia en los márgenes que siempre llevaron en sus respectivos corazones, sea porque entendieron un esquema mucho más complejo, justo y realista, que el que finalmente se nos impuso, tanto Sánchez Carrión como Basadre entendieron que el Perú debía construirse en el día a día, que era donde finalmente arraigaba el sentido de comunidad y memoria. Bueno recordar, en medio de esta crisis estructural, que la primera identidad, basada en el apego emotivo y geográfico al terruño, es una viga maestra de la república peruana que debemos hoy más que nunca reinventar y resignificar.