"La búsqueda existencial del centro político es recurrente, dentro y fuera del Perú" (Ilustración: Giovanni Tazza).
"La búsqueda existencial del centro político es recurrente, dentro y fuera del Perú" (Ilustración: Giovanni Tazza).
Omar Awapara

El resultado de la votación para admitir la moción de vacancia a debate en el pleno la semana pasada ha vuelto a mostrar el papel que cumplen las bancadas que no son oficialistas, pero tampoco comulgan siempre con la oposición dura agrupada en el tercio parlamentario que suman Renovación Popular, Fuerza Popular y Avanza País. Son bancadas bisagras, en palabras de Carlos Meléndez, que, aunque aparecen como un centro populista y clientelista –como escribió César Azabache el domingo en “La República”–, son un centro postizo en realidad.

La búsqueda existencial del centro político es recurrente, dentro y fuera del Perú. Como en “El segundo advenimiento”, de William Butler Yeats, escrito hace 100 años, la sensación es que “Todo se desmorona; el centro cede / la anarquía se abate sobre el mundo”. En Estados Unidos, Francia, España, Ecuador, el Perú, Chile, por mencionar algunos países, hay un terreno ideológico sin inquilinos que lo habiten.

En un reciente texto (“Can the center hold any meaning?”), Jan-Werner Mueller se pregunta sobre el significado del centro político y explora la distinción entre un centrismo procedimental y otro posicional. El centrismo procedimental implica un compromiso: sacrificar banderas propias en aras de encontrarse en el medio. Mueller está pensando en el bipartidismo estadounidense, presidencialista, donde la clase política debe buscar acuerdos ante la ausencia de mayorías electorales o legislativas y cruzar el pasillo que los separa. Es cada vez más necesario también en parlamentarismos multipartidarios, donde se forman coaliciones arco iris (con partidos de distinto color político), siempre con la idea de hacer que la democracia funcione.

Y está, por otro lado, un centrismo posicional, que no pocos buscan recuperar –como el expresidente del Consejo de Ministros Salvador del Solar reconocía el sábado en “El País”– y que no implica necesariamente ubicarse al medio, entre dos fuegos, sino más cerca a lo que la mayoría de personas quiere. Es cierto, como lo muestra un trabajo reciente del grupo de análisis político 50+1, que la polarización que vemos a nivel de élites en elecciones y en el Parlamento tiene un correlato en la opinión pública: el apoyo a los extremos ha aumentado en los últimos cinco años y de manera más pronunciada por la derecha. Pero también lo es que el pico principal en la escala ideológica está al medio, por lejos, pero sin partido o líder alguno que haya logrado posicionarse para cubrir esa representación política.

No es un fenómeno exclusivo del Perú. Frente a temas divisivos y de alto perfil, como el aborto (que se viene revisando en la Corte Suprema de Estados Unidos en estos días) o los mandatos de vacunas, la mayoría de estadounidenses parece estar más al medio que a los extremos. En Chile, la competencia en la segunda vuelta ha buscado el centro, en oposición a lo que sucedió en el Perú. Y si la Coalición de la Esperanza gana tracción en Colombia, se confirmará que sí es posible traducir esa moderación en una opción política posicionada al centro.

Pero en el Perú, por ahora, hay un centro ideológico líquido que es difícil de asir. Y ante la ausencia de partidos políticos, no se puede hablar de un centro procedimental, realmente. Así que, en su lugar, tenemos un centro postizo, que no logra representar a los que el gran Isaiah Berlin llamaba “centristas miserables, moderados despreciables, intelectuales escépticos criptoreaccionarios”, identificándose desde su liberalismo como uno de ellos. Por el contrario, en la política peruana, para volver a Yeats, “los mejores no tienen convicción, y los peores / rebosan de febril intensidad”.

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