Techos de vidrio, por Alfredo Bullard
Techos de vidrio, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

“Señor Humala: mi gobierno logró 7,5% de crecimiento anual promedio y redujo la pobreza de 48% a 28%, triplicó divisas y exportaciones. ¿Y el suyo?” Así criticó al gobierno actual. La pregunta es: ¿a cuál de sus dos gobiernos se refería García? ¿Al que acabó el 2011 o al que acabó en 1990? Aunque, la verdad, no importa mucho. Si uno toma lo que hizo en balance en sus dos gobiernos, el líder aprista está al debe. Más de dos millones de inflación acumulada. Destrucción del aparato productivo. Caída brutal del producto bruto interno. El mayor descalabro económico de la historia republicana, solo comparable con la guerra con Chile. Todo fue responsabilidad de quien lanza esas críticas.

Curiosamente, el mismo Alan García señaló, refiriéndose a la última desaceleración económica durante el gobierno de Humala: “A los tres años aceptan que se debió traer inversiones con más velocidad para el empleo y la productividad. Lástima, el tren ya pasó”. Pero Alan fue el autor del fallido intento de estatización de la banca que desincentivó la inversión de una manera mucho más brutal que la frustración de Conga y los problemas de Tía María juntos. Al Alan García de los años ochenta no se le pasó el tren, simplemente lo descarriló a la mala y sin asco.

Tal debacle no ha sido compensada con un gobierno del 2011 que se limitó, con cierta ortodoxia, a seguir con la inercia económica que venía de atrás. Alan García no hizo grandes reformas ni realizó grandes impulsos a la inversión. Se limitó a abstenerse de entorpecer el tren, pero no pagó ni de lejos la deuda de su primer gobierno. 

“Están espiándonos ilegalmente, violando nuestro derecho a la privacidad. ¡Y con nuestro dinero!” Sin duda indignante. ¿De quién es la frase? De . Habría que preguntarle a qué gobierno se refiere. ¿Al de o al de su padre Alberto Fujimori? Porque la frase se aplica a ambos. Y si bien es pertinente a los dos gobiernos, es más pertinente al mundo del montesinismo.  

“Si en la DINI tan cercana a Ollanta Humala vemos cómo se usan ilegalmente recursos del Estado, ya podemos anticipar cómo se usarán durante la campaña”. De nuevo Kenji. Si cambiamos ‘DINI’ por ‘SIN’ y ‘Ollanta Humala’ por ‘Alberto Fujimori’, la frase es un ‘déjà vu’ de los noventa.

“Es fundamental sobre cómo se reestructurará la DINI (sic). Queremos saber (sic) qué se va a hacer, qué medidas concretas tomará, lo escucharemos y luego Fuerza Popular tomará la decisión”. Esto lo dijo Keiko, pero esa frase fue repetida una y otra vez por la oposición durante el gobierno fujimorista reclamando un cambio que nunca llegó hasta el destape de los ‘vladivideos’. 

Y podemos hacer el mismo ejercicio con todos y cada uno de los políticos. Atacan de corruptos a otros mientras cargan el peso de la corrupción sobre sus hombros. Reclaman por vínculos con el narcotráfico, cuando hay narcos en su propia sala. Reclaman falta de transparencia en medio de la oscuridad de sus propios actos. Y la lista continúa. Afecta a todos los partidos, pero en especial a los que han estado en el poder cuando luego se vuelven de oposición.  

“Quien tiene techo de vidrio no tire piedras al de su vecino”, reza un refrán anónimo. La sabiduría popular no es popular entre los políticos. Todos parecen compartir libretos similares. Las debilidades ajenas son clonadas como propias y la orfandad de méritos  es usada sin ninguna vergüenza como arma contra el rival a pesar de ser compartida.

Lo cierto es que la política, en especial en épocas electorales, parece la casa de espejos de un circo. Unos se miran a los otros. Ven el reflejo grotescamente distorsionado en lo que creen un espejo y lo critican, sin advertir que se están viendo a sí mismos. Y es que, en realidad, el reflejo no está distorsionado: así como se ven son en realidad.