"Luego vendrán los lamentos de siempre: ¿cómo pudo este o aquel llegar a ocupar un escaño sin merecerlo? ¿Por qué permitimos que esta persona cuestionable fuera elegida?" (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Luego vendrán los lamentos de siempre: ¿cómo pudo este o aquel llegar a ocupar un escaño sin merecerlo? ¿Por qué permitimos que esta persona cuestionable fuera elegida?" (Ilustración: Giovanni Tazza)
Hugo Coya

Cuando faltan pocos días para elegir a los integrantes del nuevo , esta campaña electoral breve y austera promete ser recordada como una de las más grises de la historia reciente de nuestro país. Intentaré señalar algunas razones que sustentan esta apreciación.

En primer lugar, la tan mentada ventanilla única de los partidos políticos y los filtros de los organismos electorales han vuelto a demostrar que son apenas un saludo a la bandera porque continúan sin poder evitar que se cuelen con denuncias de diferentes tipos, tal como han puesto en evidencia los medios de comunicación en las semanas recientes.

El último caso ha sido la denuncia de violencia contra su esposa de quien se perfilaba como una de las mejores cartas que poseía el Partido Morado, el general, hecho que ha provocado su renuncia y alejamiento definitivo de la agrupación política que contribuyó a fundar.

Pero las decepciones no acaban aquí. La presente campaña se viene caracterizando, además, por una escasez de propuestas y, con algunas honrosas excepciones, parece signada por la improvisación de muchos de los aspirantes escogidos por las organizaciones políticas. Esto despierta temores sobre si el próximo Congreso a ser elegido este 26 de enero no será mejor que el anterior.

Como si de una maldición se tratara, el número de candidatos que recurren también a las más disparatadas estratagemas y frases sinsentido para llamar la atención va en aumento. Las explicaciones de este fenómeno podrían ser varias como: la falta de recursos, las limitaciones para aparecer en radio y televisión, la mayor presencia de los aspirantes más conocidos en los medios de comunicación en desmedro de otros, la necesidad de distinguirse entre una gran cantidad de postulantes o el corto espacio hasta la contienda.

Sin embargo, si nos ciñéramos a las reglas que sostienen la teoría de la comunicación política, una campaña electoral debería pretender seducir a los electores mediante discursos articulados, mostrando a los aspirantes como hombres y mujeres comunes en quienes se puede confiar. En contraste, estamos siendo testigos de una andanada de desaguisados que se alejan por completo de esas premisas para aproximarse al ridículo, incluyendo gestos que refuerzan viejas taras de nuestra sociedad como el racismo, la xenofobia, los miedos y los mitos.

El experto estadounidense en comunicación política William L. Benoit sostiene que los candidatos en campaña deben pretender seducir a los electores a través de expresiones positivas, demostrar la validez de sus postulados y defenderse de los ataques cuando ellos se presenten dentro del marco que fija la ley y el sentido común.

Suena bonito en el papel hasta que nos encontramos con realidades tales como el candidato que se arrodilla frente a las cámaras para invocar a Dios a fin de intentar seducir al elector; el otro que pretende entregar jabones a su contrincante y acaba manchando la campaña de racismo; aquel que baila en una escalera simulando una escena de la película “Joker”; aquellos desafinados que cambian la letra del tema de moda en las redes sociales “limeñita Anthem” para dar una imagen de modernidad, hasta aquella que –sin despeinarse– sostiene que en los colegios se enseña a las niñas a masturbarse con clavos y tornillos.

Los ejemplos trascienden los límites de la capital, se reproducen en distintas regiones del país y fortalecen ese clima de que todo vale en la política para ganar. Adiós a los principios, bienvenida la sinvergüencería. Adiós a las reglas, bienvenida la confusión. Adiós a las ofertas, bienvenido el show. Adiós a la difusión, bienvenida la desinformación. Adiós a la verdad, bienvenidas las mentiras.

Quizás eso explique, en parte, la apatía que contrasta con lo observado en otros comicios a estas alturas. No en vano, los últimos sondeos apuntan que más de la mitad de los peruanos aptos para sufragar no tienen ni la más remota idea de quiénes son los candidatos, cuáles son sus planes, mucho menos de a quiénes le entregarán su voto.

Por supuesto, luego vendrán los lamentos de siempre: ¿cómo pudo este o aquel llegar a ocupar un escaño sin merecerlo? ¿Por qué permitimos que esta persona cuestionable fuera elegida?

Desde luego, todo ello no mejora ni fortalece de ningún modo nuestra frágil democracia, sino que la mancillará aún más y fortalecerá la posición de aquellos que ponen en tela de juicio la necesidad de su propia existencia.

Si hay algo positivo, a decir de las recientes encuestas, es que no habrá una mayoría absoluta que imponga sus decisiones de manera arbitraria sin importar el bienestar del país. Esta condición favorecerá la búsqueda de consensos para sacar adelante cualquier iniciativa y eso evitará que un grupo pueda ejercer una hegemonía tal que le otorgue el poder de obstruir, sea por el mero cálculo político o por el simple revanchismo.

Un Congreso plural puede representar una luz en medio del oscuro tiempo perdido vivido recientemente por las luchas estériles entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo.