De uno de sus frecuentes viajes a Colombia, donde vivió por un tiempo, un viejo y querido amigo me trajo un libro con el título de esta columna. Este recoge un diálogo extendido entre los que quizá sean dos de los personajes más importantes del país cafetero en las últimas décadas: el expresidente y premio Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos, y la exsenadora y candidata a la presidencia, Ingrid Betancourt. Para alguien con un conocimiento apenas somero de la historia colombiana, es un trepidante recorrido por sus últimos 40 o 50 años, con un claro nudo en la operación Jaque, que lideró Santos desde el Ministerio de Defensa, que permitió la impecable liberación, después de más de seis años de secuestro, de Betancourt y otros colombianos y extranjeros de manos de las FARC.
Es una lectura amable, dirigida y encauzada por el escritor Juan Carlos Torres. Las vidas de Santos y Betancourt confluyen en muchos puntos y, aunque se llevan diez años, su infancia transcurre en los años del Frente Nacional –cuando liberales y conservadores alternan en el poder entre 1958 y 1974– y sus vínculos con la política se remontan a más de una generación atrás.
Y por la cercanía de sus círculos sociales y las anécdotas y antagonismos que salpican el libro, pensé en la crónica de Alma Guillermoprieto sobre la Nicaragua de Ortega y Murillo, “la historia de aproximadamente seis apellidos familiares” y donde “los traumas familiares tienden a correr en bucles”.
Si la operación Jaque es definitivamente el clímax del diálogo, los antagonistas (además de las FARC) son tres expresidentes: Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y, en menor medida, Ernesto Samper (y continúan siéndolo. Véase la carta abierta que Santos le mandó a Uribe hace un par de semanas). Al ser también “una historia contada y vivida desde las emociones”, como señala Betancourt, es sin duda una visión parcial, pero no por ello menos relevante para entender al país vecino.
Como decía, la historia de Colombia también se lee en este volumen como la historia de contadas familias: los padres de Betancourt eran muy amigos de los de Pastrana (Misael, padre de Andrés, también presidente) y sus hijos asistieron a los mismos colegios y se frecuentaban desde niños. El secuestro de Betancourt se da durante su campaña como candidata presidencial, en el tramo final de la presidencia de Pastrana, quien además se encontraba en la misma zona, pero decidió, según Betancourt, tirarle la responsabilidad al siguiente presidente (Uribe).
Desde su perspectiva, ambos coinciden en señalar que la Operación Jaque marcó un antes y un después en la historia del país por el golpe estratégico y moral que significó para las FARC, y que desemboca en un proceso de paz que ha buscado su transformación e incorporación a la política nacional.
A pesar de ello, es una historia muy violenta que, además del largo secuestro de Betancourt, incluye asesinatos y magnicidios, como el de Luis Carlos Galán, entonces candidato a la presidencia. Y la presencia de organizaciones criminales como los cárteles de Medellín y de Cali, o del M-19, el ELN y las propias FARC, que en el 2002, en plena transferencia de poder de Pastrana a Uribe, disparó morteros contra el palacio presidencial.
Sorprende, considerando las semejanzas que compartimos y nuestra pertenencia a la Alianza del Pacífico, que Colombia no esté más presente en la discusión pública peruana, a diferencia de otros países limítrofes. Y viceversa. Es notable la mención a muchos países y personajes extranjeros en el libro, limítrofes y no, y que del Perú casi no se hable. Ojo que si Petro mantiene su ventaja para la próxima elección, la Alianza del Pacífico habrá terminado de girar por completo a la izquierda, curiosamente.
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