Hace un año pronostiqué que el 2019 la economía crecería unas décimas por debajo de la cifra del 2018 (4%). Tremendo error. La cifra real va a estar alrededor del 2,2%. Mi único consuelo (de tontos, ya lo sé) es que el resto de los colegas la pateó tan lejos del arco como yo (la cifra de consenso era 3,8%).
¿Qué explica la tremenda diferencia entre las expectativas y la realidad? En mi opinión, una mezcla de mala suerte y falta de gestión. Mala suerte, porque durante el año se materializaron algunos riesgos que ya habían sido identificados, como la intensificación del conflicto comercial entre Estados Unidos y China y la desaceleración del crecimiento económico en este último país. Ambos factores impulsaron hacia la baja el precio del cobre, nuestro principal producto de exportación. Además, sufrimos una serie de ‘shocks’ que afectaron tanto a la minería (conflictos sociales y problemas de producción) como a la pesca (bajo volumen de captura de anchoveta).
Pero esta no es toda la historia. Un factor importante que explica el magro crecimiento de 2019 es la falta de un manejo adecuado de la economía. Y no me refiero sólo al penoso nivel de ejecución de la inversión pública (con cifras al 31 de diciembre, el gobierno nacional no llegaría siquiera al monto nominal de hace cuatro años). Me refiero, sobre todo, a la falta de conducción. A no tener un norte. A limitar las decisiones económicas a las necesidades de la coyuntura.
En efecto, transcurridos casi dos años de la administración Vizcarra, ¿alguien sabe cuál es su estrategia económica? ¿Cuál es su visión, sus objetivos y qué reformas piensan hacer antes de irse? ¿No? Yo tampoco. Y sin reformas importantes ni anuncios a la vista nadie puede afirmar que la conducción de la economía genera el entusiasmo necesario para impulsar la inversión.
Esto me lleva a las proyecciones oficiales para el 2020. Según el MEF, el PBI crecerá 4%; y según el BCR, 3,8%. Me encantaría, como al resto de peruanos, que estas cifras se conviertan en realidad, pero es poco probable que vaya a ser así. Sí, es razonable suponer que se superarán los problemas que afectaron a la minería y la pesca, y que, dado el bajísimo nivel de ejecución de la inversión pública durante el 2019, que esta crecerá el próximo año. Pero aun suponiendo que China y Estados Unidos logren arreglar sus diferencias comerciales (difícil en un año electoral), no veo otros factores que vayan a apuntalar una aceleración del crecimiento. En el Perú, tendremos elecciones legislativas este mes y presidenciales en poco más de un año; es decir, un mayor nivel de incertidumbre política que en años preelectorales anteriores (la que conducirá a la postergación de muchas decisiones de inversión). Si a esto le sumamos el escaso entusiasmo que genera la conducción de la economía, resulta razonable dudar de que la inversión vaya a acelerarse. De hecho, la inversión minera, que venía creciendo a tasas del 20% anual, casi no crecerá de aquí en adelante.
Sin una gestión económica que inspire confianza, unas proyecciones de crecimiento tan optimistas no son más que una lista de deseos navideños. Solo que Papá Noel no premia a quienes no hacen su tarea.