"Seguir pensando que Castillo forma parte de una sofisticada estrategia del policía bueno y policía malo y que juega en pared con Cerrón, parece ser tan estrambótico como haber creído que esta manga de improvisados fueron capaces de montar un complejo fraude electoral". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Seguir pensando que Castillo forma parte de una sofisticada estrategia del policía bueno y policía malo y que juega en pared con Cerrón, parece ser tan estrambótico como haber creído que esta manga de improvisados fueron capaces de montar un complejo fraude electoral". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Patricia del Río

Algo extraño empieza a ocurrir en las redes sociales, en las intervenciones que escuchamos de distintos congresistas de la oposición, en las columnas de opinión y comentarios de periodistas y opinólogos: una extraña suerte de solidaridad, tal vez ánimo proteccionista empieza a rodear al presidente de la República. Lo que se vislumbraba como un despellejadero para , en la interpelación al ministro Maraví, mutó en una condena al ministro en cuestión, como no podía ser de otra manera, pero que llegaba con las tintas muy cargadas contra el premier y el rasputinesco . Quedaba claro que los otrora detractores de Castillo empezaban a cerrar filas con el presidente del sombrero, casi rogándole que se hiciera cargo de su propio Gobierno.

Pedro Castillo casi no habla y si lo hace siempre sabe a poco y a mal. Se cuelga de su cuenta de Twitter (a la que no tienen acceso millones de peruanos que se jacta de representar) y desde ahí responde con mensajes crípticos y tibios las arremetidas cada vez más groseras de su premier que no deja de enrostrarle que su jefe es Vladimir Cerrón. Si Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos gozaban vistiéndose igual y sonriendo de medio lado frente a las cámaras, y si Nadine se inflaba como un pavo recordándole a su marido que lo suyo era un gobierno nupcial; Vladimir Cerrón y Guido Bellido ni siquiera se toman el trabajo de incorporar a Castillo en la foto. No es ni su títere, ni su cosito. Lo tratan como su “nadita”. Como al lorna de la clase del que solo se acuerdan que existe para bulearlo o meterle una patada en el trasero.

Y no lo disimulan. Ese es el verdadero riesgo. A estas alturas seguir pensando que Castillo forma parte de una sofisticada estrategia del policía bueno y policía malo y que juega en pared con Cerrón, parece ser tan estrambótico como haber creído que esta manga de improvisados fueron capaces de montar un complejo fraude electoral. No hay policía bueno en esta dupla y cualquier asesor mínimamente avezado ya le tiene que haber explicado a Castillo que en el Perú el presidente no puede gobernar escondido. ¿Qué le queda entonces? ¿Seguir desfilando frente a todo el país con el cartel de ‘looser’ en la espalda? ¿Esconderse en el baño para que no lo encuentren los malos del salón?

El Congreso, por lo menos hasta donde se puede ver, está descubriendo que si protege a Castillo y le garantiza un mínimo de estabilidad puede conseguir que el ala más sensata de la izquierda arrope a este Gobierno hasta ahora sin rumbo. Más allá de las intervenciones destempladas de los de siempre, empiezan a calar en la ciudadanía posturas como las del congresista Roberto Chiabra (APP) que en clara alusión al hartazgo de los peruanos argumentó: “Dígale al señor Bellido que de ser necesario nos vamos todos y empezamos de nuevo”.

Así las cosas, al presidente Castillo ya no le queda otra alternativa que actuar. Ante un Congreso más moderado y un primer ministro que está esperando que dé un paso para meterle cabe, tendrá que decidir si sigue dejándose humillar o se dedica a generar consensos y tendiendo puentes con quienes, aparentemente, estarían dispuestos a dejarlo gobernar. Y decimos “aparentemente”, porque, por supuesto, que lo del Congreso también podría ser una pantomima y una vez que Castillo se deshaga de Cerrón y compañía podrían volteársele y hacerle la vida imposible. Pero eso está en el ámbito de las posibilidades. Es un riesgo que cualquiera en su posición se tiene que jugar. Lo otro, el desprecio que manifiestan por él Bellido y Cerrón, es un hecho irrefutable, que está haciendo su permanencia en el cargo peligrosamente insostenible.