El domingo el congresista Yehude Simon anunció que, después de todo, sí buscará la nominación presidencial en el Partido Humanista. En un mensaje publicado en Twitter, precisó que lo hará “a pedido de las bases”.
Ante esto, Hernando Guerra García –quien hasta ese día era el único precandidato de esa organización– desistió de sus aspiraciones. Según él, la nueva circunstancia había hecho inviable el acuerdo político que lo llevó a asumir el reto, “ya que no tiene sentido presentar una precandidatura presidencial frente al fundador y líder natural del partido”.
La decisión de Simon, sin embargo, llama la atención por cuanto en setiembre él había expresado su respaldo a la postulación de Guerra García. “De esa manera, demostramos que no tenemos la pelota”, indicó en aquella oportunidad, en clara alusión a quienes habían comparado su alejamiento del conglomerado izquierdista Únete por otra Democracia con la actitud del chico que presta su pelota para jugar fulbito, pero cuando no lo colocan en la posición que quiere, coge el balón y se va.
En este caso, la pelota era la inscripción ante el Jurado Nacional de Elecciones, pues el Partido Humanista era el único del referido conglomerado que la tenía, y cuando Simon vio que su designación como el candidato presidencial de la confluencia peligraba, se apartó con ella bajo el brazo.
A pesar de sus protestas, entonces, lo ocurrido este fin de semana ratifica que él es y se comporta como el dueño de la pelota. ¿Tuvo al invitar a Guerra García para que representara a su partido en los comicios presidenciales un rapto de generosidad del que luego se arrepintió, o fue aquello una finta política y su plan fue siempre quedarse al final con la nominación?
El hecho de que en julio declarase: “No voy a parar con mi candidatura; nada hará que se detenga” apunta a lo segundo. Pero la verdad es que, en el fondo, eso no importa, porque las diferencias entre el caudillismo planificado y el espontáneo son marginales.