Cuando Bill Gates y Paul Allen fundaron Microsoft en 1975, el primero tenía 20 años de edad y el segundo 22. Ellos habían leído en una revista popular sobre la creación de un microordenador por parte de una empresa de Albuquerque, y se les ocurrió diseñar un lenguaje de programación que el nuevo dispositivo pudiera usar. El resto es historia.
Zara, del multimillonario español Amancio Ortega, empezó en un pequeño taller de fabricación de prendas de vestir. Ikea, Apple y muchas otras empresas globales que hoy posicionan a sus creadores en los lugares más altos del ránking de multimillonarios de “Forbes” tuvieron inicios similares. De hecho, “Forbes” remarca que casi dos tercios de las 1.810 personas que aparecen en su reciente lista del 2016 fueron emprendedores que no contaban con mucho más que una visión y algo de ahorros cuando empezaron.
Pero eso no es enteramente cierto. La visión y los ahorros personales son importantes pero no suficientes. Lo que posibilitó en buena cuenta que estas empresas crecieran y prosperaran fue que disponían de un ambiente de negocios adecuado para expandirse e innovar. El acceso a crédito, la disponibilidad de contratar capital humano calificado, la ausencia o minimización de trabas burocráticas, la seguridad jurídica, física y fiscal que necesita cualquier negocio para crecer de manera estable, en fin, todas condiciones que posibilitan que las ideas de los emprendedores se puedan traducir en compañías rentables y sostenibles que, a su vez, crean y distribuyen riqueza.
¿Dónde queda el Perú en esta narrativa? El hecho de que solo tres peruanos hayan entrado al ránking de “Forbes” debería ser una primera señal. Si bien en el acceso a créditos para emprendedores el país ha tenido importantes avances, en muchas de las demás variables se percibe un grado de inercia y conformidad del sector público que a veces linda con la desidia.
En educación para el trabajo, al conocido problema de la falta de calidad de la educación recibida, se suma la falta de especialización de acuerdo a la demanda del mercado y la rigidez que impide un mayor dinamismo en la contratación. Según una encuesta de Manpower del 2015, el Perú fue el segundo país del mundo con el mayor porcentaje de empresas (68%) que manifestaban dificultad para cubrir vacantes.
Las trabas burocráticas, por su lado, parecen aumentar antes que disminuir en el país. A las nuevas entidades como la Sunafil y las nuevas competencias discrecionales de la Sunat otorgadas durante la presente administración se suman casi 2.000 textos únicos de procedimientos administrativos (TUPA) municipales que crean una maraña de procedimientos burocráticos diferenciados en cada distrito y que es imposible sortear con facilidad.
La respuesta del gobierno nacionalista a esta coyuntura no ha sido la más afortunada. En vez de hacer más fácil que cualquier persona con una visión y algo de capital pueda desarrollar la iniciativa que crea conveniente, el Ejecutivo priorizó, de manera un tanto arbitraria, los sectores incluidos en su Plan de Diversificación Productiva. Como si una oficina burocrática pudiese elegir mejor que miles de emprendimientos individuales dónde está el nuevo Ikea, como si Google hubiera necesitado de los beneficios tributarios que se le quieren otorgar al sector acuicultura para ser exitoso.
Del mismo modo, las iniciativas del Ministerio de la Producción para financiar la inversión en investigación y desarrollo (I+D) desde y por elección del gobierno quizá no sean el mejor uso de recursos si el objetivo es fomentar la innovación y el emprendimiento individual. De acuerdo con un estudio de Amar Bhide, profesor de la Universidad de Tufts, solo el 4% de las empresas encontraron sus ideas de emprendimiento a través de un proceso sistemático de oportunidades de negocio. El resto nació de la adaptación de conocimientos anteriores y la creación espontánea.
Después de todo, la verdadera fuente de creación de riqueza es la iniciativa de los individuos para emprender e innovar. En la fuerza de incontables iniciativas productivas –exitosas y fallidas, grandes y pequeñas– eventualmente se encuentran los emprendimientos que crean trabajo y agregan valor. Limitar estas mismas iniciativas a través de trabas varias, por el contrario, vuelve a la sociedad dependiente de lo que desde el ministerio más próximo se pueda dictar. Si Bill Gates hubiera tenido que lidiar con los TUPA de Albuquerque, quizá otra hubiera sido su suerte.