Editorial: Ex con beneficios
Editorial: Ex con beneficios

El último domingo se conoció un nuevo capítulo de la saga de enfrentamientos que viene desarrollándose desde hace varios meses al interior del Frente Amplio (FA). Esta vez, 114 militantes del movimiento Tierra y Libertad (TyL) –que, como se sabe, fue la organización política que prestó su inscripción al FA en la última contienda electoral– anunciaron su renuncia a dicha agrupación.

Entre los episodios previos de confrontación se pueden recordar la controversia por el destino del aporte que harían los parlamentarios del FA que, proponían algunos, pudiera solventar la actividad política de la ex candidata presidencial Verónika Mendoza, el rechazo de TyL a abrir su padrón de afiliados a nuevos miembros, la negativa de Marco Arana   –congresista y fundador de TyL– a asistir al congreso del FA en setiembre pasado, y la remoción de Marisa Glave, Irma Pflucker y Pedro Francke de sus puestos en el Comité Permanente de TyL. Todas estas contiendas hacían presagiar, pues, un desenlace como el del último fin de semana.

Aunque el número de dimitentes es considerable, lo realmente llamativo de esta partida, por un lado, fue que entre el grupo saliente se encontraban dos connotados congresistas del FA como Marisa Glave y Horacio Zeballos. Y por otro lado, el tono avinagrado de las justificaciones y las réplicas provenientes de parte de los cesantes y de quienes se mantienen en la dirección de TyL, respectivamente.

En la misiva firmada por los ahora ex miembros de TyL se lee que su salida se debería a una actitud celosa y acaparadora de la mayoría del Comité Ejecutivo Nacional que “ve en los nuevos liderazgos dentro del FA una amenaza […] Y prefiere la negociación entre cúpulas partidarias con base en el poder que da ser dueños del registro electoral”.

La respuesta del bando opositor no se hizo esperar, y mientras Marco Arana acusó a los renunciantes de “actitudes infraternas” y advirtió que, si no desertaban, probablemente hubieran sido expulsados; el congresista del FA Wilbert Rozas responsabilizó a Verónika Mendoza, y afirmó que los salientes “quieren otro partido político porque en el país existe el caudillismo... quizás ella [Mendoza] está pensando en eso”.

Pese a las pullas –que, por lo demás, traslucen la obvia disputa por el protagonismo en el conglomerado zurdo–, en algo coincidieron las facciones en contienda: en que la bancada parlamentaria del FA no se disolvería. “No se rompe el Frente Amplio, yo soy la vocera alterna y la bancada seguirá funcionando”, afirmó Glave. Rozas, por su parte, resaltó el rol de Arana para mantener la unidad: “Marco Arana, que es nuestro vocero […] nunca va a permitir que se rompa esa bancada”. Curiosas formas, ambas, de distanciarse de las acusaciones cruzadas de caudillismo.

Probablemente, entonces, lo más sorprendente de esta nueva refriega sea que, pese a la animosidad imperante, ella no ocasionaría la separación de la bancada del FA, lo que plantea nuevas interrogantes. ¿Cómo es posible que las personas que han decidido que no pueden coexistir siquiera bajo una sola militancia partidaria, puedan compartir algo más trascendental como un grupo parlamentario? ¿Será acaso que los beneficios políticos de preservar una bancada son la verdadera goma que adhiere a una coalición en constante riesgo de fractura?

Parece ser que, a pesar del “doloroso” (en palabras de la parlamentaria Glave) divorcio izquierdista, los ex cónyuges aún gustan de conservar algunos beneficios.