Los procesos electorales internos en los partidos o colectividades políticas que desean aspirar a la Presidencia de la República son una institución relativamente nueva en el país. En el pasado, se producían ocasionalmente –por ejemplo, cuando Andrés Townsend y Armando Villanueva compitieron en el Apra para ver cuál de los dos sería el candidato de Alfonso Ugarte en las elecciones de 1980–; pero no eran obligatorios.
¿Recuerda acaso alguien cómo se eligió a Alberto Fujimori como el postulante de Cambio 90 para los comicios de 1990 o a Fernando Belaunde como el de Acción Popular para cualquiera de los procesos en los que intervino? Ciertamente no, porque lo que ocurría entonces, y en alguna medida ocurre todavía, es que las organizaciones grandes o chicas orbitaban siempre en torno a una figura que, ya fuese porque era su fundador o por el liderazgo carismático que ejercía entre sus correligionarios, era considerado el ‘candidato natural’ de la misma. Y consagrarlo como tal a través de su inscripción en los organismos electorales pertinentes era, literalmente, solo un trámite.
Desde el 2003, sin embargo, esa situación supuestamente tendría que haber cambiado, pues, la Ley de Partidos Políticos estableció que los postulantes a la presidencia, a las vicepresidencias, a una curul en el Congreso o a ser gobernadores regionales, entre otros, estaban sujetos a elección interna. Pero, al parecer, la democracia peruana tiende a tomarse su tiempo para adaptarse a evoluciones como esta, pues desde entonces han sido muchas las organizaciones que se las han ingeniado para sortear estas disposiciones en su camino a alguna instancia de poder. Y todo indica que las elecciones del próximo año no serán una excepción a ese respecto.
De hecho, esta semana el director de Fiscalización y Procesos Electorales del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), Alberto Kuroiwa Bermejo, ha recordado a todos los interesados en participar en ellas que, en lo que concierne a los cargos presidencial y vicepresidenciales, los sufragios internos de cada partido o alianza deben realizarse entre el 13 de octubre y el 21 de diciembre de este año. Y ha aclarado también que, por eso mismo, a estas alturas ningún anuncio de candidatos a esos puestos puede ser oficial.
¿Qué es lo que movió al funcionario a hacer una precisión sobre algo que, en la medida que es ley, tendría que ser asumido como obvio? Pues sencillamente el hecho de que ya existen cinco autoproclamados postulantes a la presidencia de otros tantos partidos con inscripción ante el JNE.
En efecto, de una u otra manera ya están lanzados Humberto Lay por Restauración Nacional, Julio Guzmán por Todos por el Perú, Pedro Pablo Kuczynski por Peruanos por el Kambio y Ántero Flores-Aráoz por Orden. Precisados por la prensa, la mayoría de ellos admite por cierto que deberá pasar por una justa interna para alcanzar el sitial que desde ya ostenta, pero lo hace con una sonrisa a flor de labios que sugiere que aquello será una competencia con candidato único y con elección por aclamación: un método tumultuoso en el que, en lugar de contarse votos, se considera que hasta las pifias son manifestaciones a favor del aspirante que agita los brazos delante de alguna asamblea.
En la práctica, es como si estos políticos les hubiesen dicho a sus compañeros de partido: “láncenme ahora, voten después”, lo que hace pensar en organizaciones que no son sino comandos de campaña montados en torno a ellos. Y en algún caso, como para que no quepan dudas al respecto, se ha llegado al extremo de forzar que las siglas del nombre partidario coincidan con las iniciales del nombre del inexorable candidato que representará sus colores en cuanta lid electoral deban enfrentar.
La experiencia nos enseña que las candidaturas autogestionarias de este tipo pueden eventualmente alzarse con un triunfo y llegar a Palacio. Pero nos indica también que la vigencia de su poder durará tan solo lo que su popularidad. Sin institucionalidad, no hay democracia que se sostenga, y estas viejas prácticas caudillistas –contra las que el JNE debe reaccionar con algo más que con vagas admoniciones– atentan directamente contra el corazón de cualquier intento por establecerla. Todavía estamos a tiempo de evitar que el 2016 sea una reedición de estas historias donde las breves glorias tienen nombre propio, pero las debacles posteriores nos golpean a todos.