Tanto en el 2018 como en el 2019, Martín Vizcarra salpimentó sus exposiciones de Fiestas Patrias con gestos políticos llamativos que desviaron la atención de lo que, de otra manera, hubiesen sido comparecencias insípidas ante el país. Así, hace dos años anunció un referéndum para, entre otras cosas, prohibir la reelección inmediata de congresistas, y el año pasado propuso adelantar los comicios generales para acortar su mandato y el de los parlamentarios.
El discurso del 2020, sin embargo, ha sido distinto, al igual que las circunstancias bajo las que se ofreció. Con el inicio de su último año en el poder, sin la posibilidad de amenazar al Legislativo con otra disolución, desprovisto de una bancada oficialista en el hemiciclo y con una elección a meses de distancia, el mensaje presidencial no podía reincidir en pullas a sus rivales. Todo lo contrario: tenía que llamar –y así fue– al trabajo coordinado entre fuerzas políticas y dejarle claro a los ciudadanos los objetivos para los meses venideros.
Pero esta circunstancia ha dejado una complicada bola en la cancha del primer ministro Pedro Cateriano, que mañana se presentará ante el Parlamento para buscar obtener su confianza y para poner los puntos sobre las íes en los anuncios que hizo el presidente en Fiestas Patrias. Tareas muy lejos de ser sencillas.
En primer lugar, como han demostrado los últimos meses, este Congreso será un hueso duro de roer. No porque tenga un férreo compromiso con la fiscalización a su contraparte ejecutiva, sino por la vocación populista que viene demostrando, y su interés por la obtención de réditos políticos a costa del manejo prudente de nuestro aparato normativo. Una señal de que los líderes de los partidos con representación en el hemiciclo son harto conscientes de la inminencia de las elecciones del 2021 y que ven en esta legislatura una oportunidad para llevar agua hacia su molino. Esto, sumado al hecho de que no se pueden desplegar medidas de control político severas en su contra, como amenazar con una disolución, coloca al presidente y a su equipo en una nítida desventaja en la que Cateriano tendrá que saber navegar.
Y el primer reto lo tendrá mañana. Mal haría el presidente del Consejo de Ministros en pensar que ya tiene garantizada la bendición de los legisladores y descuidar el ingrediente político de su presentación.
Asimismo, el señor Cateriano tiene la difícil responsabilidad de añadirle mayor textura a las promesas que hizo el presidente hace unos días. Como se sabe, y acorde a lo que demanda la crítica coyuntura por la que estamos pasando, el jefe del Estado puso mucho énfasis sobre las medidas para reactivar la economía y mejorar nuestro sistema de salud. Los detalles sobre cómo se pasará del dicho al hecho aún son una incógnita y por el momento queda la sensación de que el Gobierno difícilmente podrá, en el corto tiempo que le queda, lograr lo que se propone.
En efecto, el primer ministro ha dicho en una entrevista publicada ayer en este Diario que su presentación buscará profundizar en lo anunciado por el presidente, pero existen elementos, intrínsecos a nuestra realidad nacional, que no van a ser tan fáciles de sortear y que merecen especial atención.
Por ejemplo, ¿cómo garantizará el Gobierno que los S/20 mil millones que se destinarán a Salud en el 2021 desembocarán en mejoras palpables y que serán gestionados de manera atinada? Más allá de reconocer la importancia de la minería y mencionar los proyectos pendientes, ¿qué de nuevo se hará para lidiar con los conflictos sociales que los frustran? Además, ¿cómo se repartirá el bono de orfandad a los hijos de los fallecidos por COVID-19 si todavía no se tienen cifras confiables en ese sentido?
Queda claro, entonces, que materializar los objetivos del Ejecutivo será un reto complicado y todo el peso de este está ahora sobre los hombros de Cateriano.