(Foto: Andina)
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Editorial El Comercio

Las campañas electorales son una especie de temporada abierta de ofertas irreales. En su afán por atraer los votos necesarios para acceder a la posición de poder a la que aspiran, candidatos de toda laya prometen lo que saben que no podrán cumplir en la eventualidad de ser elegidos, persuadidos –se diría– de que la defraudación de los ciudadanos que confiaron en ellos es un costo razonable a asumir a cambio del triunfo en las urnas. Y también de que, por último, si la victoria acaba siendo de otro, el lance demagógico no les habrá causado perjuicio alguno.

Desde luego, el proceso electoral actualmente en marcha no escapa a este fenómeno. Postulantes de las más diversas organizaciones políticas proclaman o deslizan cotidianamente que, desde el gobierno local o regional que buscan alcanzar, ellos harán realidad los más afiebrados deseos de vastos grupos de interés, aun cuando son conscientes de que semejante facultad nunca estará en sus manos. Y en un contexto en el que los inminentes comicios no consiguen concitar todavía la atención de los futuros votantes, el síntoma parece agravarse.

Veamos, a manera de ilustración, lo que sucede con algunos de los candidatos al sillón municipal capitalino. Renzo Reggiardo, de Perú Patria Segura, por ejemplo, alude con frecuencia a la posibilidad de que las Fuerzas Armadas intervengan en la lucha contra la inseguridad ciudadana. Sin ir muy lejos, esta semana declaró en un noticiero: “Yo vengo sosteniendo hace muchos años que los militares tienen que apoyar a la Policía Nacional en una segunda línea”. Y ya antes había hablado de la iniciativa, sugiriendo que se trataría de una medida disuasiva y temporal.

La decisión de disponer algo así, como se sabe, no correspondería en ningún caso al alcalde de Lima. Pero como mucha gente no se preocupa por conocer el detalle de qué responsabilidades les tocan a qué autoridades y la idea es popular, proponerla puede generar la ilusión de que el triunfo del candidato en cuestión hará que se materialice; y, en esa medida, resulta electoralmente rentable.

Algo parecido sucede con el postulante de Perú Podemos, Daniel Urresti, y su anunciada intención de comprar en la ONPE un kit “para iniciar la recolección de firmas para que se cierre este Congreso”, lo que ya no solamente no guarda relación con el cargo municipal al que aspira, sino que ni siquiera constituye una posibilidad contemplada por la Constitución… Pero como la propuesta convoca a los sectores de la población hartos de los problemas que se evidencian cotidianamente en el Legislativo, presentarse como su principal impulsor puede ser ventajoso.

Igualmente desconectadas de la tarea edilicia están las decisiones sobre cómo abordar los problemas derivados de la creciente migración venezolana en nuestro país, pero erigirse en el imaginario popular como el líder de un oscuro sentimiento xenófobo relacionado con esa circunstancia puede rendir en las ánforas. Y entonces, de pronto escuchamos discursos como el de Ricardo Belmont, candidato de Perú Libertario, en los que se dice que “los venezolanos van a decidir el futuro del Perú en las próximas elecciones” o que ‘se calcula’ que para ese momento tendremos a 1 millón de ellos “quitándoles el trabajo a otros peruanos”. ¿Qué podría ofrecer Belmont para controlar la migración venezolana?

Tampoco es asunto que dependa de la Alcaldía de Lima, por otra parte, solucionar el “poco acceso a oportunidades laborales de los buscadores de empleo” en Lima Metropolitana del que habla el plan de gobierno de Solidaridad Nacional (cuyo candidato es Luis Castañeda Pardo). Y en consecuencia, ofrecer para el 2022 la meta de “15.000 personas insertadas laboralmente a través de la intermediación laboral con empresas privadas” es levantar castillos en el aire.

No son estos, por cierto, los únicos ejemplos de ofertas imposibles entre los aspirantes a conducir el municipio de la capital. Pero creemos que constituyen un muestreo más que suficiente para alertar sobre un problema que amenaza con dejarnos una vez más con una autoridad electa con ilusión, pero condenada a defraudarnos.