Gustavo Petro, político de izquierda que se desempeñó como alcalde de Bogotá, senador y exguerrillero del M-19, fue elegido presidente de Colombia en los comicios de ayer. Al cierre de esta edición y con el 99,9% del escrutinio completo, el candidato del Pacto Histórico llevaba una ventaja de tres puntos porcentuales sobre su contendor, Rodolfo Hernández, un empresario populista que, por su estilo, ha sido comparado con presidentes como el estadounidense Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro. Hernández reconoció su derrota al poco tiempo de cerrada la votación, en parte gracias a un rápido avance del sistema colombiano de preconteo de votos.
La disyuntiva que debieron enfrentar el domingo los votantes colombianos no era simple, y eso se reflejó en el ajustado margen que daban las encuestas previas y en un resultado de votación también relativamente estrecho. Ambos candidatos arrastraban pasivos relevantes y generaban más incertidumbre que tranquilidad. Hernández carecía de un programa de gobierno serio, exhibía una personalidad autoritaria –cuando no violenta–, renegaba de los procesos institucionales y tiene pendiente un proceso por corrupción que data desde su etapa como alcalde de Bucaramanga. En el caso de Petro, su pasado con el grupo guerrillero M-19 –en el que militó por 12 años– le generaba lógicos anticuerpos en buena parte de la población colombiana. Además, su experiencia al frente de la ciudad de Bogotá dejó marcadas dudas sobre su capacidad de gestión.
Al igual que en las elecciones peruanas del año pasado, los graves problemas con la trayectoria y candidatura de Hernández fueron suficientes como para que los electores de centro y derecha de primera vuelta no decidieran darle el respaldo necesario, dejando así el espacio libre para un candidato impredecible de izquierda. Petro será, así, el primer mandatario de izquierda en la historia de Colombia, pero mal haría el presidente electo en interpretar los resultados como una oportunidad para implementar una agenda radical.
La polarización social y política que se refleja en los resultados presidenciales y en la composición del Congreso sugiere más bien que Colombia, al igual que el Perú, necesita de sus autoridades ejemplos de moderación y consenso. Por sí solo, el Pacto Histórico no llegará a tener suficiente fuerza en el Congreso para implementar la agenda del sucesor de Iván Duque, de modo que concesiones en su programa y alianzas serán necesarias.
De primera lectura, es imposible no ver la victoria de Petro en un contexto latinoamericano de viraje hacia la izquierda. Vladimir Cerrón, líder de Perú Libre, por ejemplo, aprovechó la ocasión para escribir en redes sociales: “Claro que la Patria Grande es posible, el internacionalismo como política de unidad de los pueblos del mundo es una realidad, ¡Hasta Más Allá de la Victoria!”. Y es verdad que Colombia, México, Chile, Argentina, el Perú y, probablemente, Brasil tendrán un presidente o presidente electo de izquierda durante este año –cada uno con matices diferentes, pero todos con una orientación escéptica de las libertades económicas–. Eso podría suponer serios retos para que la región mantenga dinamismo económico al margen de los ciclos de los precios de ‘commodities’.
Sin embargo, más que una amplia predilección por ideas de izquierda, los procesos electorales latinoamericanos de los últimos años, incluyendo el de Ecuador, reflejan una profunda y extendida polarización ciudadana, el descrédito de los partidos tradicionales y la necesidad de encontrar nuevas fórmulas políticas exitosas que no pasen por el populismo ni la erosión de la institucionalidad democrática. Latinoamérica, decía la influyente revista británica “The Economist” la semana pasada, ha reemplazado su círculo virtuoso de inicios de siglo por uno vicioso, marcado por un bajo crecimiento económico, ineficiencia del aparato estatal, corrupción y ataques a la democracia. El Perú, lamentablemente, tiene compañía.