La semana pasada se decidió el presupuesto de la República. La asignación de recursos por partida refleja, de alguna manera, las prioridades que tiene cada sector. Como los recursos son limitados y no podemos destinar el mismo sol a diferentes usos, reemplazar, por ejemplo, varias docenas de pupitres defectuosos por nuevos podría venir a costa de aplazar la renovación del armamento de un grupo de soldados en el Vraem, o subir el sueldo de los médicos podría dejar menos ingresos para los funcionarios de rango medio. Ante tantas necesidades insatisfechas, no es descabellado poner lo urgente por delante de lo importante.
Algo no muy diferente sucede con los recursos a escala global. A pesar de que el presupuesto mundial es miles de veces más grande que el del Perú, este también es escaso, y las necesidades del planeta pueden ser tanto o más apremiantes que las nacionales. Por eso se hace aun más imprescindible identificar los mejores usos de este enorme presupuesto global y orientar el gasto hacia las iniciativas que mejoren la calidad de vida del mayor número posible de personas, sobre todo las de aquellas en pobreza extrema.
La Conferencia de Partes de la ONU sobre el Cambio Climático (COP 21) intenta desde ayer atacar uno de los potenciales problemas que enfrentamos como humanidad. Según expertos, el consumo continuo de energías fósiles a los niveles actuales causaría un incremento irreversible de 4 °C en la temperatura global hacia el 2100, con graves consecuencias para millones de personas.
El cambio climático es un fenómeno real, antropogénico y sumamente peligroso. De eso, sin embargo, no necesariamente se debe inferir que los recursos destinados a combatirlo deben ser ilimitados, como algunos parecen suponer. Los recursos finitos con los que cuenta el mundo para solucionar sus problemas deben destinarse a las causas más apremiantes y que reporten –probadamente– el mayor beneficio por dólar gastado.
En este contexto, no queda del todo claro que la lucha contra el cambio climático deba ser una prioridad absoluta sobre otros problemas que hoy afectan a miles de millones de personas. Con la meta de US$100 mil millones comprometidos para combatir el cambio climático, ¿cuántas muertes por malaria se evitarían hoy?, ¿cuántos pozos de agua potable para gente que no tiene acceso a ella se abrirían?, ¿cuántas semillas mejoradas se podrían adquirir para los agricultores pobres de África, Asia y América Latina? El calentamiento global es importante, pero también lo son las necesidades de los pobres hoy.
El Copenhagen Consensus, integrado por varios ganadores del Premio Nobel en Economía, estima que por cada dólar invertido en mejorar el acceso a métodos anticonceptivos y planificación familiar se reportan US$120 en beneficios a la sociedad. Eliminar la tuberculosis hacia el 2030 aporta US$43 en ganancias sociales por dólar gastado. Por su parte, los mejores estimados para la lucha contra el cambio climático ponen el retorno por dólar invertido en US$11.
Es importante además mantener en perspectiva el valor de los recursos en el tiempo. Cada dólar invertido hoy en reducir el calentamiento global es un dólar que en 20 o 30 años valdría cuatro veces más. Muchos economistas, como Xavier Sala i Martín, profesor de la Universidad de Columbia, señalan que los sacrificios que se deben tomar hoy para aminorar el cambio climático son demasiado costosos cuando se consideran los rendimientos de los usos alternativos de este mismo capital en el tiempo.
Porque no se trata únicamente del destino de la ayuda internacional. Imponer límites a las emisiones de carbono no es solo caro para las grandes empresas, sino para la sociedad en general. Estas prácticas implican menor crecimiento económico, menos empleo y productos más caros para la población. Mientras más restrictivos son los límites, más altos son los costos de sustituir fuentes baratas de energía por otras más caras. Resulta, por lo menos, debatible condenar hoy a millones a la pobreza para reducir la posibilidad de perjudicar a quienes, en dos generaciones, serán presumiblemente más ricos que sus abuelos.
Todo esto no quiere decir que no se deba invertir en soluciones para reducir la emisión de gases contaminantes. Existen, después de todo, alternativas ecológicamente amigables y económicamente eficientes que deben implementarse. La contaminación descontrolada y que no reporta beneficios sociales debe también ser identificada y sancionada. Los resultados de la COP 21, sin embargo, deben reconocer la multiplicidad de desafíos que los habitantes del mundo enfrentan –y los costos de su solución– antes de comprometer los pocos recursos disponibles a cualquier fin.