El ministro de Economía y Finanzas, Alonso Segura, dio a conocer durante CADE que el Programa País –importante paso para ser parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)– había sido aprobado por unanimidad en primera votación por el Comité de Relaciones Exteriores de este organismo. Una noticia estupenda, sin duda, y por la que hay que felicitar al Gobierno, pues se trata del primer paso para algún día ser parte de esta organización.
La OCDE es un club exclusivo de las economías más desarrolladas del mundo, cuyos miembros producen las dos terceras partes de los bienes y servicios del planeta. Se trata de una organización considerada una de las más influyentes del orbe y, por lo tanto, ser miembro de ella es tener un sello de calidad que valida la solidez de la economía y de las instituciones, obligando además al país a no desviarse del camino de la buena gobernabilidad.
Para cumplir el sueño de ser parte de la OCDE, sin embargo, hay mucho trabajo por delante. Después de todo, los estándares de admisibilidad son sumamente altos y nosotros nos encontramos bastante rezagados.
Démosle una mirada al tipo de áreas que serán rigurosamente evaluadas para tener una idea de todo lo que tiene el Perú por mejorar.
En relación con infraestructura, estamos todavía muy lejos de otros miembros de la OCDE. Con una brecha de US$88.000 millones, el Perú tiene una calidad de infraestructura muy por debajo del nivel de, por ejemplo, Chile cuando entró a esta organización en el 2010. Así, según el índice de infraestructura tradicional del Banco Mundial (BM), recién nuestro país al 2021 alcanzaría el promedio sudamericano y estaría aún por debajo de Brasil y Colombia, que también postulan para ingresar a la OCDE. Es verdad que el ministro de Transportes y Comunicaciones, José Gallardo, se comprometió en CADE a trabajar en este sector, pero no es menos cierto que la calidad y la ejecución del gasto aún dejan mucho que desear. Por poner solo un ejemplo, pese a que estamos cerca de terminar el año, esta cartera solo ha ejecutado el 64% de su presupuesto de inversión.
En materia de institucionalidad el reto del Perú también es sustancial. Un tema fundamental aquí es que según el índice del BM en los indicadores correspondientes a rendición de cuentas, corrupción, calidad regulatoria y ausencia de violencia, el Perú se encuentra también muy por debajo de los índices chilenos al momento de su ingreso a la OCDE. Y por lo menos en los temas de transparencia estatal y combate a la criminalidad no hay una estrategia clara de parte del Estado.
Por otro lado, en educación, si bien se vienen haciendo importantes esfuerzos desde la gestión del ministro Jaime Saavedra, según el Índice de Competitividad Global (ICG), nuestro país aún se encuentra en el puesto 134 de 144 en calidad educativa, por lo que es claro que estamos muy lejos de poder presumir sobre logros que nos abran las puertas de la OCDE.
Más aun, si bien hemos tenido un crecimiento superior al promedio de la región durante la última década, nuestros niveles de PBI per cápita e inversión extranjera directa (IED) aún son bastante bajos comparados con los promedios de los países de la OCDE o incluso de otros postulantes. Mientras que Brasil tiene un PBI per cápita de US$12.200, se estima que nuestro país recién tendrá una cifra cercana (US$14.000) para el 2021. Por otra parte, en materia de IED, recién en el 2021 alcanzaríamos el nivel que tenía Chile en el 2010.
Finalmente, no podemos olvidar que tenemos uno de los 20 regímenes laborales más rígidos del planeta, una tasa del Impuesto a la Renta corporativo que está diez puntos por encima del promedio de los países de la OCDE y una ineficiencia burocrática que –según el ICG– es el principal obstáculo que afronta la inversión.
El Gobierno hace bien en apuntar alto y aspirar a ser parte de este tan exclusivo club. Pero a todos nos debería quedar claro que sin reformas profundas y radicales que cambien por completo el país –la mayoría de las cuales lamentablemente no se están desarrollando– el anuncio del ministro Segura será, en el peor de los casos, populismo y, en el mejor, nada más que un simple sueño. Uno del cual nos despertaremos más temprano que tarde para encontrarnos con que seguimos viviendo en la misma realidad.